A la tormenta. Enmudecidos nos callábamos para nosotros los desastres. Teníamos en los brazos enredos. Teníamos tumultos que labraste; se columpian íntimos en sus llamas. Así, sin prepararnos, a última hora llamaban a nuestra puerta cada noche preparándonos a llama lenta el infierno. Nos miraban atizando sus brazos con enredos. Balanceábanse enzarzados como ojos carnívoros. A la tormenta. Enmudecidos nos callábamos para nosotros...