Cuando caen estas noches. Temidas mudas. Temidos centros de las cegueras. Su salida se siente. Desplegándose el presente. O caerse. O vivir. Extenderse. En la monotonía del ruido, esa borrosa poesía. Llamaba desde el fondo de esas aguas turbias. Aguas del desahogo. Para el ojo. Para el ojo. El ojo que tienen los árboles bajo las fuertes tormentas. El abre presencias y soledades.
Lo prehistórico de los peces. Dices lo desconocido; por eso se cree imaginario. “El Imaginario” me dice de eso sé sin duda de imagen, aún mezcladas hacen discontinuos arabescos sin sentido general conclusivo. De todo lo demás no sé. De otras partes. De ningún lugar. No sé. Todo lo dicho viene de otra parte, lugar desapercibido. Que si dicen. Que si lágrimas. ¿Por dónde pasa el amor? Por el corazón como “boutade”. Mientras las lágrimas son de las mejillas. Y de los ojos que se bañan en fuentes de los diosos, dioses justos y ciegos por naturaleza. Naturales no son esos hijos del Logos. Pero ellos, como cada cual cree firmemente en su naturaleza. Nadie se cree huérfano sin determinantes raíces. Bebe cada cual del familiar veneno por ser siempre bebido sin los nefastos efectos del desaparecer.
Le desgarran el vientre en el que se creía que guardaba las tormentas. Ermitaño en las siete torres. Se veía su mirada caer por la pendiente de los árboles. Alguna vez eran acompañadas por palabras desnudas que no pasaban más allá del olvido. Luego recuerda antes de llegar a sus límites. Recuerda en esa parte desconocida más allá de todo lo que se oye pues el oír perdió sus espejos. Cae todo lo que se dice en el campo sin ecos. Todo lo que se dice es una parte del dormir.
Carta de palabras difuntas. El primer día. El segundo día. El tercer día. Y así. Y así todos los días simultáneos. En los recuerdos, simultáneos. Simultáneas sus sombras. Como simultáneas mejillas en su palidez siguen creyendo en las lágrimas. Hoy he visto su mirada de mejillas. He visto después el cuerpo con el que se sostienen. Pasaba la imagen como una lámina ondulante, como bajo agua, por el recorrido de la superficie del cuerpo. Se han visto palabras solas; sin bocas, sin sonidos; pura imagen de palabras. Un desierto de palabras, incluido el mar y el aire.
Vibraban los pasos, pasos de seda y equilibrio en el túnel del tiempo. Nos medía, en su duración, el tiempo las uñas, en un meticuloso métrico avance. Pues se va a llevar su desgaste, y para no dejarlas huérfanas ante el maligno embrujo. He ahí su magia, su magia del otro buscador de restos y su utilidad para entorpecer el debido bien que se nos debe. Por ejemplo la humana y cristiana piedad por ser todos hijos de Dios, y humanos, tiernos humanos desbordantes de amor y piedad por los demás. ¿No te da lástima mis manos, pobres de pobreza material, aunque aún acaparadoras de las cosas? ¿No te da lástima? Di. Dime. Siente. Si pasas por mi casa míralas con amor que te lleve a la lástima; y no al hueco de la nada. Mira dentro de su tiempo, en los ojos del tiempo, siempre presentes, omniscientes, con una mirada que nos roba el alma contenida en nuestra imagen en la cual a veces solo quedan recuerdos presentes como realidad misma. Mírale de frente a los ojos a la mirada del tiempo vaya a engañarte con sus astutas tretas. A veces nos cambia el paso con las sincronizadas piernas del regimiento, estas armoniosamente cantan el himno a la perpetua vida sin tropiezos. Los hurras resuenan sobre las paredes del palacio de Dios haciéndole creer lo que él sabe sobradamente como imposible.
Arabescos a-gramáticos a-semánticos como alas de mariposas “des-aladas”. Una sensación de vértigo liberado sus límites. Conciencia teórica imaginaria del mono-discurso ciego interior procedentes de los sueños descabezados. Exaltado infinito. Ve el exaltado infinito. Al igual que otros métodos, incluye en el volumen de lo conocido relucientes falsificaciones. Como por ejemplo: El universo estuvo atrapado al azar. Libertinaje del sueño. La luz de la ciudad blasfemia del crimen. Un hombre demasiado articulado al dolor. El dolor encarnación el dolor divino. Por ejemplo y: Sonrisa de paloma. Todo termina en un impugnable misterio. Los perros fueron coronados como insectos Mania, fantasmas ladradores. El efecto puede producirse imitándolo. Se destruye una imagen de él y él. Siente las heridas hechas a la imagen como si fueron hechas a su propio cuerpo en un perecer simultáneo. A su imagen. Y las nueve hojas cayeron del árbol: muerte y resurrección. Mientras la red atrapa al juego. Se deja caer la lluvia sobre el largo cabello para que crezca exuberante sobre el inmortal tabernáculo de carne. Sincronizado con la armonía del mundo. Trepaban los presentes a los abetos buscando la lluvia, imitando al trueno con las pestañas. Volaban las chispas en ramitas de lluvia. De ahí su sobrenombre: el hacedor de lluvia. Desde entonces le dio por imitar la lluvia en sus días furiosos. Convirtiéndose el mismo en imitación. De la corteza hacía árboles. Se hacía a veces rocío. Se sustituía por la antigua lluvia. La difunta lluvia estaba en reserva. Era como un hechizo de lluvia bajo cuya influencia araban sus campos bajo la plateada luz de noche mojada por la flotante y fina lluvia. Tomaban mientras los animales el color de las oscuras nubes. Para ello, ataban con cuerdas sus numerosos amuletos para arrastrarlos sobre la tierras de sus campos con algún oculto propósito. Para no olvidarse de Dios ni para que este, somnoliento, no los olvidara. Conducían sobre los puentes colgantes un enjambre de rayos. Se producían eclipses cuando el sol pensaba. Simulaba a veces, el sol ser astro. Solían vender el viento a las tormentas para proteger a los marineros. Por esa magia que producen los delirios de mar.
En el pliegue de los viajes. Es el viaje en su tardanza. Su recorrido centrado. Empuja atento. Aunque se despista con el mar. Llevaba al cuello colgadas nubes. Las acariciaba y mimaba como amuletos. Así del temor se consolaba con aires de verdad poseída. Le vibraba la verdad sobre el pecho como una araña y su expandida tela de venenosa seda donde guardaba la verdad como recuerdo para alimentarse en años de mortífera hambruna.
Se nos caían los dedos. Goteaban. Goteaban gotas de carne. Goteaban en silencio como señales. Iban a caer en suelo laberinto haciendo riachuelo de carne. Apenas olía. Se desprendía un leve vapor productor de somnolencia. Presa el olfato. En su viaje por el cuerpo encontraba la familiaridad de la carne. Como si hubiesen hecho un largo viaje. Un largo recorrido de carne a carne.
El corazón de la raíz. Sacado de la sustancia de la tierra. Corazón de agua y tierra. Enterrado. Enterrado. A puertas abiertas. A su aire. Salen buscando la luz. Salen buscando las bocas. Distantes, esparcidas por las tierras. Siembras aquí. Siembras allá. En un trozo de sombra frecuente, una leve capa de agua. La buscan con su leve intuición vegetal de raíz y planta.
Sacabas de tu boca la distancia. Casi siempre distinta. Y a pesar distancia de campo. Distancia de campo y memoria, de siembra recta que no tiembla. Aquellos tallos con sus distancias respectivas, sus ramas asimétricas, fractales a veces desde el espejo del cielo. Nos sacaba el campo distancia. Larga distancia de los dedos de los mares. De sus fluctuantes dedos de costa a costa. Con su líquidas yemas acarician largamente la arena. ¡Y qué te podría decir de todas esas insaciables gotas de agua!
“Bocabajo” desde el cielo. Sin galaxias en la nuca. Luz oscura. Y radiaciones. Allí buscar. Volaban las galaxias como bandadas de grandes aves. Les brillaban volátiles alas. Alas con su fondo de infinito se enrollaban para tomar impulso con grandes colas de luminosas ballenas. Seguidamente se producían inmensos tsunamis impulsados sobre la cresta de las altas y agitadas olas, quienes llevaban su fuerza hacia la compresión del gran y minúsculo Big Bang.
No detengas la noche. Ni fijación de los ciclos. Reglamentado lo ineluctable. Llueven los ciclos cerca de tu boca. Vienen voces de lluvia, sílabas de agua, humedad de cielo. Y no paran sus instantes. Se clavan como siembra. Abren la boca para comerse las malas hierbas. Acarician bajo tierra la piel de semillas, se abrasan en un baile de viva alegría. Le van creciendo los pies, bailando por seguidillas.
Hechos como luz. Exactos. Viajeros. Derramados sobre la alfombra de la vida. Hechos de inexorable espacio. Repetidos, sin rostro. Fantasmas con consistencia. // Al amor. Al lado. Al oído del vacío. A su lengua hecha de sombras. Saltaban estrepitosas. Al ritmo de la danza del viento. A ese ritmo en el que desgrana el tiempo. Raíces del tiempo pierden raíces. Pierden raíces las bocas. Ese campo de siembra larga larga larga.
Acércate a tus sueños. A sus sombras. A sus inseguras sombras. A sus inmortales alas. Después ya veremos su densidad. En ellas cae la noche. Cae inmovilizada por las palabras. Se rompen sus reflejos. Trozos de aire de sueños. ¡Tan sublimes idealizados! Se llevan el brillo del cuerpo desde el futuro. Te pronuncio futuro sin alcanzarte. Ese viaje anticipado al que le ponemos carne mientras se nos cruzan los nombres. Nombres Nombres Nombres corriendo por las calles. Calles sin números aún sin nombres. Como caídos de las paredes sin haber estado clavados antes.
Se encontraron sin labios sin traducción. No se traducía el tiempo en ninguna lengua. El amor de agua. Donde se borran nuestros nombres. Fría espera del renacimiento. Frío despiertan los recuerdos. Frío evasión. Inventándonos en la leve llama. Y volver. Y volver. Tumbando los recuerdos. Y cuando te acercas. Cuando te acercas. Vida. Vida. Vida. Abre la caja de los dudosos sueños. De sus sombras. Sus inseguras dudas. Despellejándose.
Del silencio de las pupilas. En el silencio te espero. Se le despliegan las húmedas alas. Despliegan su secreto. Azul secreto de translúcida piedra. Por donde pasan los silenciados pensamientos. Agua congelada del instante. Del instante cama cartera donde se guarda lo no para uso público. Nunca visto en sus tretas. Nunca visto en su mirada. Secretos en su centro infinito. Secretos que vigilan nuestros pasos. Se hilan en el tapiz eterno de la vida.
Sigue volando. Recoja sus cosas. Recoja sus hojas, las horas ya no duelen. Recoja sus distancias, sus lugares: falsos o buenos. Del lugar el nombre. De las cosas el nombre. De ellas aprendí el espacio. Tropezar de cruces con las cosas. Sus fugaces cruces. Sus estallidos me dejan ciego. Lluvia de fuegos artificiales dentro de los cuartos.
Y siguen volando los sentimientos a la par que los eructos del volcán. Se derrama su lava hasta quemar bajo agua al mar. Se queda el vapor. Sauna de sentimientos al aire libre. Desnudos los sentimientos sudan de cuerpo entero mientras algunos de ellos se quemaron en su anciana boca de pulsante erupción. Hubo en antiguo tiempo tantos y tantos que se nubló por completo todo cielo. Todo cielo sin respiración negro. Sin luz lleno. Sin calor. Sin calor.
Todavía en la sorda vida. En tus ojos, en tu boca, en esas cosas que llaman al despertar. Revuelto el vuelo. Sus alas en el pecho. Revoletean. Revoletean. Se hacen en el pecho caminos de viento. Se viaja por dentro cuando no hay camino. Vuelan los caminos con su mirada. Se encuentran en los viajes. Viajes de aire donde no hay nadie. ¿Dónde mirar si no hay cosas? Si no hay cosas no vuelve la luz, no emprende la luz su propio viaje. Ignora que aún no ha salido. Sin luz, los viajes del aire en la oscuridad: enjambre de cruces, red que cubre en su inmensidad el cielo, y más allá, parece la manta negra del mismo universo.
Y mientras. Y + Sigue girando. Conmigo. Con mis manos. Y las tuyas nos hablan. Todos los rincones nos hablan. Con sus ángulos palabras. Cada rincón hace marcas. Lee el libro de lo inmóvil y de lo que se mueve. Pone comas entre sus propósitos de objetos. Que a los rincones hablan. Mantienen el diálogo con las paredes. Libro de los objetos incluidos entre muros. En su sordina. Lee moviendo los labios. Mímica de labios: mimos de otros labios que niegan parecerse a lo mimado. Mimo que hace el aire cuando se queda en casa solo bajo la burlona mirada del mejor amigo del hombre.
De dormido. Dormida mirada delante de la ventana. Pasaron delante tantos millones de años, calle arriba calle abajo, inmóviles recorriendo los móviles ojos. Levantando alternativamente un pie de ave zancuda, bajo tórrido sol, bajo lluvia. Y pasa el tiempo sin saber que se consume la vida allí parada en el vacío del trascurrir. Sin nada en mente entre comida y comida, luego dormir como interruptor del insignificante devenir nada pues no nacido.
Dime oído. Dime de qué va la vida, a veces blanca, a veces sin rostro. Del dormir se llena. ¿Es vida el dormir con sus sueños? ¿Se duerme para vivir? ¿Se vive para dormir? No sé. No sé. Ni sé. Ni sé ni me dices. Y tanto hablas, vida, por los codos. La lengua de los codos que nadie entiende. Codo a codo va la vida consigo misma haciéndose un sitio allí donde no había nada. Se hace sitio ocupando el sitio que se hace a sí misma. Me hace hablar una lengua que ni yo mismo entiendo.
A veces, soñamos alguna vez la desnudez. Desnudez del árbol. En la frente veía vacío. En la sonrisa, puesta en escena. Pero limpias palabras en miniatura. En la cama, sexo. Ese quiéreme como del corazón verdad última. ─«Tienes que volver.» ─«Haremos lo que el cuerpo pida.» Como si estuviese a mano suya. A pies del volver. A calmar los ojos. Y ya respiran con el aliento entrecortado durante paseos reiterados, repetidos de repetición, dando vueltas alrededor del vacío.
Y dices, dices, dices. Y digo, digo, digo. Así de infinito es el sufrimiento. Los años rebobinando la alfombra con la que se evacuan lo muertos. Sus preguntas incontestadas añadidas al cesto sepulcral, enterradas a golpes de silencio. Dices-digo que tendrás que volver, que que que el dolor se te ha roto, hecho añicos, reconocible por su aspecto de terror. Terror heredado de la vida misma que nos deja como señal de futuro su gen de destrucción.
Porque eres llave y obertura de todos los cielos, composición de mi cabeza delgada en su mísera existencia. Anuncias mi amanecer vacío. Me lanzas a los montes locos donde mi desesperación corre, sin rumbo corre. Me haces pasos bajo la lluvia, allí donde se enrolla el paisaje, se yergue, en el agujero de mi infierno se vierte.
Me devoras lento, al minuto, a fuego. Vienes oscura. Me despejas la tristeza. Llamas del amor los trozos dispersos. Me reúnes. Eres la tierra de mis murallas, las locas alas del viaje, de la raíz el deseo. Eres anuncio de la lluvia. // En mis pupilas emociones rotas, que quiebran el aliento, llaman a la lluvia, piden las llaves del cielo. Abres su puerta, te aplastan todas las cosas, de su esencia, retenidas.
Empezar de buena mañana con esas palabras impronunciables, ahogadas por la laguna de la ceguera, esos días escandalosos que no avisan el desastre. A la que fue vuelo, baile y espejo de mi mirada. Eras esa línea de cristal donde la luz se quiebra, en la fugacidad del instante. Me devoras lento con el afán de la tristeza con la fijeza de la flecha experta.
Al ver el dolor con los ojos se transforma el dolor en terribles imágenes. Cuadros a lo Francis Bacon, donde las lágrimas son al azar curvas de color que desgarran al mismo dolor de existir. Tiempo dolor. Dolor del recuerdo: sus aristas, cuchillas. Dolor de pecho muerto, desnudo en huesos, sofocador de respiración. El agua misma láminas de fino hielo. El calor, hierro incandescente de inquisición. La piel misma del otro no consuela, ni suaviza, ni alegra. ¡Ay, dolor! Ahogado tiene al cuerpo en movedizas tierras bajo humo de pestilencia.
Si los ojos tuvieran mirada. // Si algunas caricias no tuvieran garras. // Habría sin oscuridad día, dicha no desesperada, sin confusión de amor, ni pena con sonrisa burlona. // Era el corazón un búho. Noche eterna en sus ojos rotando en el horizonte. Negras palabras que corren sueltas por las calles. // A la presencia como naufragio apelo. A las salidas de mal sin tiempo. A los tiempos compuestos para perturbar la cronología. Para evitar el de vez en cuando amor.