Y si a veces. Y si dispongo. La vista interrumpida. Ante la piedad ausente. Por el dolor ajeno. En sus pasos rotos. En los dejamos caer. Con las llaves de la venganza en las manos. Los dejamos caer en su dolor, en su fango. Con su orgullo destruido en el campo de la muerte. Se ha echado el vivir al suelo como un dios humillado, como vida sin destino. Ha caído el Dios del amor ciego desde el corazón de los insolentes. Ha caído el sentido puesto de rodillas con sus labios húmedos de baba tras escupir la miseria del olvido.
Lo que expulsó la raíz. Corría. Nuestra raíz corría. Como alma advertida del peligro. Como quemado bosque huye del calor a vuelo de pájaro. Dejando doloridas lágrimas aceitosas y pegajosas. Lo que ahoga. Afligidos. Se vuelve cansada discordia. ¡Querida nave, navega por el cielo! Liberada de la gravedad de la vida. Allí resucita nuestra historia. Con sus ocultas canciones. Extraviadas. Alegres y locas. No conocen lamento, ni desdén ni martirio, allí donde se dispone la vista y se abre el pecho.
Por si me esperas. Del amor sin sufrimiento. Me llega a la médula del pecho. Me cura y me muerde la herida. Se venga de la felicidad del enamorado. Por el amor que podría haber sido. Por todo lo que tiene en contra. Por todo el mundanal orgullo que a la inocencia mata. Recuerdo ahora los pasos. Los pasos echados sobre los pasillos de la espera. Llaves en manos interrumpidas. Horas en blanco atentas al tiempo con los ojos abiertos del insomnio.
Para que tengas que mantener el tiempo. A veces dulce. O en demasía. De ruta confianza. O el que nunca llega. Flanquea la tristeza. Subsisten los ojos, sus llaves, el estado de alerta. Se aflige el estado. Desaparecen las brasas de las horas. Del corazón se retiran. Se escapan por sus ventanas los sueños. ¡Menudo dolor! ¡Menuda falta de esperanza! Tantos años de ilusión. Ya no se han olvidado. Aunque, a veces, la memoria es perezosa, está llena o pintada de sombras. Para borrar el sufrimiento. Y a lo sufrido, pecho. Palabra vacía y loca. Sentimiento del no quiero. Del dolor se acabó.
Te volviste duda al descubrir tu secreto. Y muralla. Y recinto. Todo calla. Todo mudo empedrado dolor. Piedra al rojo vivo. Minúsculos cristales brillantes. Sordo corazón. A ti te pido que te acuerdes del casi nunca. De la cruel partida. De la vida a vista de la confianza. De la dulce vida a espacios intermitentes.
Sumiso a tu piel, a tu cama, a tu mirada. Mirando los reflejos de tus ventanas. De muchas caras. Se diluyen; la madera lo absorbe. Sube a la nariz la resina, ágil y persistente. Parecen secretos guardados en las rendijas. Dudosos secretos tenebroso. Para controlar la inquietante realidad que se oculta detrás de la evidencia.
El dolor en llamas. Incita el dolor. Guía la pena. Hasta los extremos de los ojos. Dolor araña como castigo. Trenza de soga encendida. Corre allí un tiempo infrecuente, un olvido con heridas, tiempo de ángeles caídos. Nos inducen con sus manos, con sus abrazos prestados. Nos consume el dolor. Nos quema el pecho. Nos despierta en nuestro tiempo privado. Sin confirmar la esperanza, solitario albergue, del reposo la cama. Nos hace frío del cuerpo. Sumiso e inmóvil dolor.
Sin la contemplación de tus ojos no hay vida. Repetidas heridas. Ciclos del tiempo. En los ciclos del amor sorprendido. Más allá de las palabras, reclama el cielo. Las sábanas en la ruptura de la noche. Si no, aparece la inerte desdicha, el silencio de la tierra, el invisible contador de las noches, su vigilado dolor, las puertas de lo infinito. ¿Cómo saber si uno está vivo? Despierto, sin palabras, ignorado. Donde los nombres se han ido. Corren las palabras de la existencia. Con su verdad en carne viva. ¡Amor, amor, ven en la sorpresa!
Tomo cuerpo esta fría mañana. Así se confirma mi existencia. La que creas en lo real sin duda. En el dulce sitio de tu existencia. En la contemplación de tus ojos sin herida. Amor me sorprendes con esos ojos con los que a veces amenazas con despedidas.
Fluye la realidad en la confusión. En el lamento. Con sus defensas. Van los ojos vestidos de mirada. Mirada que se expande en el exilio de la noche. Es mala consejera. Consejera del te mereces. Se viste la realidad de espejo. Espejismos de mirada. Cuerpo proyectado sobre las superficies, sobre las cuales verifican su existencia.
Te veo en los silencios. En su resistencia. También en su reposo. En sus nudos, a montones, sueltos e inestables. Entregados al olvido. Por eso pierden hasta su sombra. Es insoportable estar encerrado detrás de los cristales. Sin viajes sueltos. Con el silencio de Luna. Con las troceadas sombras. Interior líquido de las habitaciones. Flotan las sonrisas por los pasillos. Fluyen entre paredes confundidas.
Te busco a cuerpo abierto, con ojos de espera, iluminados nunca desaparecen. Van tras los pasos de tu sobra. Te encuentran y te ven en la ventana del tiempo. Los codos apoyados sobre su borde de verde madera. Las estaciones pasando. La súplica de las horas. No pases tiempo, no pases. Déjame esperar en este confort de la espera. No pases mientras veo la marcha de los silencios; su suave andar, sin resistencia. Su voz inaudible. Como si fuese el movimiento de dunas interminables.
Duro vértigo del hueso y su voracidad. Son los juegos de la carne. Los ojos se derriten. Llena el vacío del silencio. Después cruje. Después ausencia. Extravío, negación y grito. De la negación, semilla y fruto. Allí, sola y hueca, la ausencia. Ya sin nombre.
Si todos los caminos llevan tu nombre. Escrito a mano en un continuum perpetuo. Y en ti brilla mi boca. Por eso nunca noche. Sonrisas de las sombras. Dejaron de ser trampas para la mirada. Callejones sin salida permanentes. Que sus brazos visten de espejismos de la seda. Ponen falsa carne de esperanza. Mientras devoran los ojos dando vacío a la muerte. Al descarnado hueso duro de roer. Jugos evaporados sobre disecada piel.
Afirmabas lo último de las cosas. Porque conciencia y nombre. De ti rastro. Mientras, yo, cerca de tu sombra. En el campo de los gritos. Allí donde se desechan las cloacas. Respondes a las raíces de los gritos, a la lengua pronunciada, revelación de los ácidos jugos de la vida. Al mundo de los que murieron encerrados en los misterios de la vida; esta, que nos ha legado el pasado. Siglos caídos como ángeles. Sus nombres caídos y muertos. Sus corazones de tinta derramada, última. Aquellos que fueron secamente olvidados. Estación, última parada.
Nos decían los días que estábamos solos. Solos cada noche del mundo, cada día respirable, mañanera sin angustia. Un sorbito de limón limonero. Un caramelo a mano, en la boca, entre los labios. Se dirigen como del dolor un quebranto (En el sentido de que rompe la continuidad). (Se dirigen, como acción, no como movimiento.) Entonces hablamos de lugar. Lugar seguido de lugar, lugares. Hasta aquí la noche. Necesaria en su existencia.
Se desespera el calor: quiere tu cuerpo. ¡Quién diría un cuerpo con alma! ¡Quién diría su decir loco! Se pone a hablar sin costumbre. Desvaría en su largo trabalenguas. Diría, diría todo aquello que ha callado mientras lo creíamos mudo, tonta máquina. Es decir, que dentro de cada cual, no nos conocíamos. Luego ya somos al menos tres que se desconocen. (No me pregunten, a mí me pasa lo mismo. Luego existo porque ignoro.) Diría que mi hablar habla sin sentido, cuando solo es elipsis (Intencional, por supuesto.).
En esa loca danza del miedo, del hambre. También, ternura. Ternura enredada como tirabuzones de verde parra. Deseo rodeando el calor del tallo sobre su superficie seca. Calor que crece preguntando a la luz «¿Quién soy?». Te ofrezco flores para que me ames, me huelas, veas, toques sobre pétalos que gritan la quiebra de la fragilidad pidiendo perdón al viento que evitan. Recógeme antes de la tarde Lejos del viejo frío de la noche.
La noche entre líneas de tu alma. Me viene al pecho tu nombre como un canto de alegría. Nuestros cuerpos como orilla. Nuestras bocas amarradas a la esperanza, al nacimiento de la alegría. Allí donde éramos dos en mar negro, con zumbido espeso de olas. Ese loca danza del recuerdo. Esos nudos del pasado. Esos oscuros campos de nocturnas orillas.