Y te hizo Dios para pronunciarte. Preparada como una ceremonia, un espectro, una victoria. Y por la calle, silencio, suspendido a la medianoche, riachuelo del aquí llueve. Porque has venido adorable, suave como las finas hojas púrpuras de los sueños. Aunque aún no es noche, ni se ha extendido su oculto mapa. Ni han pasado aún por su dorso las mágicas manos. Ya se habían doblegado los ruidos, su misterio, su desgarro. A tu escucha estaba con mis palabras clavadas. Como aquel que ya no sabe nada. Solo, con el dolor de las cosas. Besándote a ti transparente.
Abierto absoluto a tu voz, a tus ojos, allí donde se imagina el mundo. Pobres usados recuerdos que nos imaginan. Sorprendidas emociones bordeadas de mar. Y tuvimos presente el color de tus llagas, el temblor de las heridas, el fulgor del pasado. Sabíamos de que estábamos hechos. Hasta que llegó por momentos la confusión. Cero, desconocíamos. Parecía la voz blanda. Vociferaba o callaba. Reía de tanta tristeza de llorar. Confusión, testigo. Matriz del blanco absurdo. Ante el cual luchábamos como el que está acorralado en la furia, en todo memoria, en la “incorporeidad”.
Se dividía el cuerpo con el tiempo. Y deseaba. Y crecía su potencia. Evidencia de tu alma. Tu escondite participaba. Tu milagro era. Esferas de erotismo tomaban nuestro cuerpo. Sabido. Preciso. En un descuido de mesa se juntaron nuestros pies. Se tocaban, flexibles. Bien definidos como las hojas de tu vestido. Te abrazaba de abrazos que no rompen. Abiertos a una fatiga que nos tomaba, absoluta como el aire.
Y se hizo lo vivido en la escapada. Así parece. Extraño quebradero de sonido. Espacioso cántico. Y se hicieron tu voz y tus ojos. Aturdidas palabras venían a mi mente. Me desnudaban. Me mezclaban con agua. Tuve que volcar un trozo de vida, dentro, muy dentro del enjambre: de lluvia remolino, y socavar la angustia. Vivía fascinado por tu físico equilibrio, simultáneo al ritmo de la lengua. Se desenterraron rollos del Mar Muerto. Participaba de su potencia. Austeridad del desierto. Escondidos bajo la roca del sacrificio. Allí renace la sintaxis trinitaria.
Quería escuchar con claridad tus pasos. Descalzos desastres. Clara fábrica del espacio. Pausa de lluvia. ¡Tan ingenuo como el aire! Los ojos llenos de tierra nunca me dejaron ver, recorrido del fango. Nunca vi su desnudez. Desiguales, sin erotismo. Nunca les vi llorar bajo la tierra seca. Cámara oscura de oscuridad, no eran testigos de lo ocurrido. No finalizaban su mudez. Ni escapaban. Ni podían triturar imágenes. No les hablé nunca, ignorándolos. Ni supieron dar cuerpo al cuerpo.
Amor, mi abrigo, girasol invencible. Vienes descalzo, audaz misterio. Errante a la deriva. Incivilizado como el arte. Paseante de los mil mundos del corazón. Claro, terrible, pausado. Ebriedad lluviosa. Tierra de nadie donde todos éramos forajidos.
Ahora ya no gritan las paredes. Esconden su voz. Tregua de su presencia. Ya no suena el azar a destrucción. Es la vida con sus viejas herramientas. Impulsos de rugir ciego. Sombras cuajadas en los rincones. Se desenroscaba así la ceguera. Sus agujeros asesinos fingían ramas.
Flores a golpe de fascinación. Fascinación como mito. Tormenta. Manos de tormenta. Sonrisas del me hiciste. Límites de la culpa y desesperación. Gritos de las paredes. Se esconden las treguas. Morían en el hospital todas las tumbas. Destrucción casi sin acabar. Llamabas al azar de los antepasados con ojos de sorpresa, mirada fétida. Sin tregua de la impotencia. Herramientas de la muerte insaciable.
Esas semillas de exiliado, de dolor inmundo, de ese desconocido cuerpo que nos invade. Quema el calor trozos de carne. Sus manos de tiniebla. Insensible al humano sufrimiento. No escucha los gritos. Cuerpo insensible a los sentimientos. Traidor de la vida. Devorador de la vitalidad. Traidor de la energía.
Se niega el temblor. Detrás, el alma. Su desvarío deshilacha. Se desvanecen las venas de donde brotas. Juego mortal del aire. Campo del doloroso olvido. Tuvimos pecho para el dolor. Lluvia confundida con fuego. Desvelar. Desvelada. Confundida invisible que estrangula. Semilla de la queja, dolor. Se rompía algo de nuestro cuerpo exiliado. Nos quitaba destino. Ni allí siguió existiendo en el recuerdo.
Eras tú el veneno para la oscuridad. Ahoga pronto y enorme. Socorro del dolor. Fuerza. Amputada luz hace. Hace revueltas. Se hunde. Se hunde el alma cuando está sola. Del vivir. Del vivir de tu boca. Dulce veneno sensual. Allí en el desvelar tiemblo. En su vena. En su campo. En el esplendor del olvido consumido.
No nos quedaban palabras cuando el amor nos invadía. Solo calles frontales. Solo pasos ausentes para quien lo ignora. Estábamos tranquilos mientras nos salpicaban los recuerdos, sonrientes, mojados. No lloraba ya el dolor. Íbamos por delante. Era aún pronto para sonreír. Sonreíamos. Éramos una loca fuerza. Tan dulce. Tan dulce.
¡Qué cerca está tu mirada! Aparece a bosque. Para volver. Para irse al fondo del agua. Para dejar todos los regresos. Era en la Plaza de las Palomas. Solo nos quedaban calles mensajeras. Palabras flotantes ligeras salpicaban desesperadamente.