El primer paso del día. Tu ilimitada presencia. Tus ojos. Tu andar. Aprendí entonces a olvidar, a desconocer a cielo abierto. Me llamaba tu desconocida piel, sus puntos cardinales. Dentro del mar de tu boca, en cada palabra que te digo, encontré un llamamiento de vida atrapado como en una larga espera.
Teníamos que vivir en la trama de los nombres. Hasta en el contorno del aire. Hasta en el ritmo de tu boca. Encantabas a la belleza del mundo. Creo que voy a tocarte. Permaneces. Permaneces como la ligera hierba en el mar triste de los pasos. Sabes al encanto de la lluvia, a los nidos de las promesas, horizonte manantial, longevidad del árbol, lago de la memoria, amplia presencia.
Eran las piedras del alma gran trama. Hasta el aire de los nombres tenía sombra, ritmo y onda. Majestuoso panorama contigo que pasas con ligera ala alegre. Revela levanta tu voz el tono de los días. Eres grande maravilla como para tocarte, construidora, giro al que perteneces.
Si todo estuviera enlazado no podríamos perdernos. Con el peso de las cosas. Con el absorbente color. Era la fugaz escarcha de la mañana manantial del verde despertar. Floración sin descanso. Libélulas entumecidas. Mariposas por venir. Asustadas piedras de la noche. Dolorosa nocturnidad aquella del abandonado cuerpo.
De este hombre, en su multitud, contigo, llanto, lloriqueo, vida, amplio entusiasmo, delicioso amor corroe la férrea vida de la desesperanza. Confusos son, confusos los que no entran en su mundo que con suavidad calma las amargas aves de cielos inciertos.
De rodillas y sombra suave. Casi nada; por no decir super. Recogía las obras de la vida como pequeños restos del mar. Como un juego de inocencia. Obras adjuntas a la vida. Voces que aprendió a escuchar. Primero zumbidos. Después sentido. El extraño encanto.
Muere la proa del barco. Lentamente. A cielo abierto de las ánimas. Ruge el amor en su nacimiento. Vibra. Perfuma. Canta. Se alegra del perfume lento. Con la lentitud del diamante. Es su encanto de lucida magia. Obra de Dios su zumbido y su misterioso arte.
A tu medida el mundo y la naturaleza. En tu entusiasmo dejas entrar el amor interrupto. Deliciosa confusa espera. Calma las horas del mundo y su áspero roce. Haces su peso ligero como infantiles sueños. Desaparece el daño de las piedras, el dolor de los nudos, la caída.
Ruge el encanto del amor como alegre orquesta, como el agua del mar y el infinito de las gaviotas. El perfume de sus músculos recoge el fruto de sus ondas. Suave rodilla de ti. Lloriqueo de mí. Sin ti la vida como un espanto. Me ha poseído sin ti el horror de la vida. Mis horas muertas me asfixian.
De ingreso, impulsado, siempre coincidencia macabra de los tiempos del alma mágica. Sí, así habla mientras explica con lenguaje retorcido los nocturnos vuelos de sus alas. A la primera llama al viento gritando que pretenden quemarla. Era su infierno una espiral que baja hasta el líquido hierro, fuego sin sombra. Buscaba las vibraciones de la proa del barco. Esperaba de la oscuridad el perfume, con el cual conducir a las almas en la ceguera.
Casi las picaduras de la vida. Así como el viento que nos arrastra. Me pone usted en soledad, en una soledad sin nombre, en un vino inevitable sin ebriedad, castigo del mal olvido. Me dejas tirado en el uno solo, sin palabras que lo nombren. Pues es usted inevitable, de la vida mía inevitable. Soy yo ese espacio de las hojas caídas en tiempo de absorción de la tierra.
Nuestra larga historia de dos afines, opuestos, sin duda, inclinados el uno hacia el otro, locos, y enamorados, locos, en esa nueva embriaguez del amor y del dolor, maestros de la duda. Me mueres, te muero, en cada cosa que nos ocurre. Me arde hasta el aire de la cabeza, la picadura de la vida, el gusto por ti, y multitud de cosas que se me escapan.
Anotaciones : Dos puntos. Estábamos seguros que éramos completos. Obras Completas del cuerpo. Y sin embargo, divinos cuerpos. Ese lugar donde descansábamos de las palabras. Fascinadas por ellas mismas, aparentemente plenas, seguras de la redondez del mundo, de esas cosas que uno piensa por ya pensadas. Pues no éramos maestros de la duda. Estábamos seguros de la duración nuestra, de la historia inclinada hacia la intuición de que mueres por amor o no mueres.
Se contaba mucho entre nosotros los tiempos pasados. Que si fue aquella la primera vez. Que si habías visto como planeaba el águila sin motivo aparente. Extendía su cuerpo hasta alcanzar vuelo sus plumas. Le hacíamos señales con las manos. Así, con el movimiento natural de nuestro deseo. Estábamos fascinados por el vuelo. Trepar por los aires. Bailar con la vista. Anotar sobre los surcos de la vida nuestros sueños.
Hacia acá. Hacia tu mano. Hacia la nostalgia. Allí corazón flexible. Lucha de los círculos a fiebre alta. El origen. Nuestro origen. Empezaba a manifestarse como nunca visto. Otra vez más en su movimiento natural. Allí nos fascinaba el baile: ese lugar del cuerpo. Anotábamos con sudor sus vibraciones. Gran fiesta de la vida al ritmo de respiración súbita.
Se debilitaba el cielo en un momento de sorpresa. ¡Vaya orilla magnífica que a la vista ofrecía! ¿Eran nuestros ojos? ¿Era la eufórica vista de nuestro corazón? ¿O las olas de luz nos deslumbraban? Era tu color. Convencido. Se hallaba la vida pletórica de recuerdos. Una mesa, los muebles, las cortinas. Desde aquel ángulo, se veía ocupada nuestra vida con una pizarra mágica donde nada se borra. Se veían crecer raíces de sonriente nostalgia, flexible como el aire.
Se deslizó ligero el recuerdo hacia esa zona donde parecíamos miopes, orillas del nunca jamás vivido. Se debilitaba nuestro sentimiento de existencia, tan fugaz como las palabras. Por eso allí, prisioneros sin memoria, hacíamos piruetas para recobrar consistencia. Se nos escapaba aquello que pretendíamos recordar. Nos desvanecíamos antes nuestros ojos. Furiosos, tristes, alocados, nos apretábamos en multitud de abrazos en la vibración del recuerdo.