Algo negado como anticipo de la muerte. Tal vez un reproche a las perpetuas reencarnaciones del mal, negación de la vida, de insaciable dureza. Tal vez las puertas de las dudas, los recuerdos inciertos, la mirada diluida.
El resto del día me parecía seco sin tu boca. Miraba al tiempo desaparecer por las esquinas. Anticipaba el fondo de tu cuerpo, las iniciales de tu vida. Hice piezas las horas para terminar con la vida. Me anticipo y mortifico, insaciable.
El verano es silencio cuando el cuerpo se hace muro. Mira al resto de la carne como plumas al viento. Se hace denso el tiempo, largo, largo. Las garras secas de los gatos clavadas entre los huesos. Piel cartón, durezas. De gritos de hierros.
Siempre estás hecha de noche, infinitamente vestida de agua; y en las lagunas de mi memoria, lluvia. Pones tus dedos en tu vestido negro, con una sonrisa que abre las tormentas, y todos los inventos de tu piel. Me gusta verte flotando sobre mi deseo, suave como el silencio, limpia como tu desnudez. Es tu pecho la cueva de mi ama, segundos vibrantes de mi lengua. Nos tomamos como dos gatos febriles que recorrieron todos los tejados de la noche.
Amor a ti como milagro
Ya están hechas las heridas en la sed de la noche
martes, septiembre 19, 2017
Y duele; y duele como el fondo de las cosas. Tenía que inventarme el olvido y la creencia en el silencio. Chapoteaba tu nombre sobre mi piel. De la desnuda agua salada hacía mapas de la geografía de tu cuerpo, preparando secretas invasiones. Por el momento, lloras. Ya están hechas las heridas en la sed de la noche. Ya cayeron nuestras íntimas máscaras. Ya viene la lluvia de nuestros dedos en una lluvia negra.
Han quedado algunos rincones como citas inacabadas. Huelen a aquello que no se ha hecho, a pasos torcidos, a rincones de ropa mojada. ¿Qué pretende esta noche con este duro insomnio, mitad mentiras, mitad delirios, locuras de las profundidades? ¡Que difícil es mentir cuando uno duerme! Duele como un dolor de fondo, subterráneo, indefinible. Y si uno se pone a hablar, son gritos, internos, sin boca, de la carne.
El viento asimilado al silencio del futuro. El vértigo fugaz de la combinación de las cosas. Algunas tardes, el mundo disipado como hojas muertas. La memoria del otro lado de lo invisible. Es medianoche y una sombra de amor. Mientras, el verdadero duerme en el insomnio.
En esta gigante esclavitud del miedo, testigo y carne de la malvada vida. Ante los ojos de la tenebrosa Causa devoradora desaparece la vieja inocencia. Es el mal asimilado en la profundidad del Ser. Es el río subterráneo del propio Infierno que se da el festín de la vida. Corre un viento silencioso de certero acierto. Arrasa, rompe, devora.
Íbamos de humo, calor, y cuerpos, desmintiendo la ausencia entre los fragmentos de las tormentas, aquellas bien cerradas de nostalgias e inviernos. Fuimos de piel fruta mojada, recuerdo de la lluvia tras la ventana. Sonaban nuestras manos por el aire sobre los manzanos blancos de nuestros cuerpos. Hacían los pasillos muecas ante el ruido de amor y sexo, huían de la humedad despavoridos. Sigue lloviendo en el núcleo de aquel sueño como testigo con ojos contagiosos.
Estábamos en nuestros orgasmos inauditos, en los pliegues de nuestro cuerpo, en el dejar la noche seca. Vaciábamos las paredes de su sentido de muros. Nos comíamos el futuro antes de su llegada. Hacíamos humo de lo que no era nuestro. Y tras desmentir todas las ausencias, reuníamos los fragmentos de todas las tormentas cercanas.
Vi barcos amarillos como frutas paradójicas y paisajes del tiempo, y nuestras manos con raíces de agua. Y ahora los soles hacen lunas nuevas como ventanas del circo de las miradas. Parecen nuestros gestos enanos sorprendidos subidos en trapecios locos. Asomaba la cabeza la burla, el escorpión de los mareos, y una pequeña noche arrepentida.
Colgaban las noches de la lluvia. Tu desnuda boca, tus labios de agua. Tus ojos heridos gritaban como un mar en declive. El trapecio de tus gestos tomaba el balanceo de tu deseo. Allí, en el aire de tu cuerpo, cerrábamos todos los ciclos. Volvíamos a empezar con los techos rotos en el paisaje del tiempo. Sorprendidos, abríamos las ventanas, limpiábamos, arreglábamos el desorden. Salía de nuestra cama la noche quemada, el sudor y los suspiros.
Fui la sombra de tus sueños descosidos, las viejas manos de tu memoria, el cíclico ronquido de todas tus catástrofes. Pero hoy, por si vuelves, me como el olvido, su sangre y mala suerte. Ante tus ojos tengo la angustia, el amor y el fracaso, el fuego y todas las cerraduras. Y si la lluvia se niega en este acantilado, caeré por tus noches flotando como dientes de león desde el vértice de tu memoria.
Era duro el deseo de la memoria. A veces, miraba a otro lado; a veces, con otros ojos: los de las duras lágrimas. Eras como el principio del agua. Fui tu papel mojado, tu memoria callada.
Otra vez te amo bajo la sombra de los relojes. Herméticos como la noche, bajo los ojos de la oscuridad. Fue el fuego de la ceremonia, bajo del dolor del ritual. Dura memoria que no se rompe. Mirada del principio del agua. Bordes de lejanos pasados. Y aquella parte de ti descosida me fue atando en los ciclos de las catástrofes.
Llegábamos a ver los silencios de nuestra mente. Nuestros ojos incubaban soledades. Hambrientos, llenos de rabia, buscábamos la cura que no fallaba. Nieve después e inviernos. Y palabras desgastadas. Ya no volaban los pájaros ciegos. Ya tu mano era llanto y la mía sombra. Se volvieron las horas invisibles. Nos descubrimos llorando, ante tantos ojos, ante tanta oscuridad.