Callado tiempo aquel que nos cuida. A veces, con dura melancolía. Otras con duras ausencias. Pero, casi siempre, con el suave tacto del pasar. Por los perdidos tiempos en los que no nos acordamos de amar. Nos pellizca la vida al despertar. Es el aire del alma. Nuestra debilidad. Débiles de noche; ella viva luchando contra nuestras pesadillas. Encerrada en nuestra dura jaula. En la oscuridad que dejan los sin nombres. Phantasmas que nos habitan y somos, nos hacen prisioneros de sus propios diálogos con sus “desplazantes” objetos, siempre inaccesibles. Esa jaula en forma de rombo hecho con flechas que se persiguen indicando el cerrado movimiento del desplazamiento hacia la posible salida del invisible vacío que desde dentro nos empuja.