Amarillo laurel del dolor. Recogía las cigarras de la oscuridad, los silencios de las sombras, la existencia del otro lado del mundo. Adiós a los cristales rotos, a las ocultas mentiras. Teníamos palabras en espera, profundidad del lecho, jazmín pasado de la divina noche. Su olor, y el de tu nombre. La lentitud de tu boca. El coma del tiempo. El recordar en la inocencia. El espesor de los sentimientos. Sus tibias rotas. Ese andar de tortugas borrachas de un largo sueño. Ciegas de mar. Torpes. Transparencia de su recuerdo. Del navegar. Del temor a las olas. Se rompía la desconfianza. Se empecinaban nuestras manos en recoger la belleza, lo nunca visto, lo guardado en la memoria.
Como barcos flotando sobre la espuma del olvido. Perla-mar de los templos acuáticos. Química del tiempo y del gozo. Es media noche. Y ya están los ojos dorados del sol dormidos. Flota el laurel en hojas sobre el agua hirviendo del guiso. Duerme el bebé de la casa de los hortelanos en una cuna de rígido mimbre. Las rústicas mantas le cubren el apacible cuerpo hasta la tierna curva de la barbilla. Un gorro de lana hace calor sobre su desnuda cabeza. Empieza su sueño mientras de vez en cuando crepitan las secas ramas del fuego.
Hija de mar majestuosa. Pechos testigos del aire. Piel de espacio. Y sonríes. Sonríes como penetrante testigo de la vida, con rabia de savia, profundidad de sirena. Toma tu cuerpo las playas donde implantas la vida, rocío de la carne. A gritos se abren las conchas. Perlas de mar y lluvia. Alquimia, vigor gozoso.
Noches de cielo azul. Agujeros hijos del universo. Hojas del espacio. Golpes de mundos en movimiento. Olas de espacios infinitos. Generoso mar del origen, con sus luces, sus tierras y explosiones, sonidos inmensos. Flotan y flotan sin fin más allá del espacio.
Hacen arena tus manos en un pozo sin fondo. Buscan tus ojos matorrales. Liebres, madrigueras. Mangas rotas de la fortuna. Espaldas donde el sudor baila. Cuerpos tumbados siempre en su inocencia. Es tarde silenciosa. Cuartel interior de la tarde. Punto anverso inusitado. Donde hacen pantomima el sol y las palmeras. Se cuelga el viento. Sonríe a los agujeros. Golpe de luz majestuoso.
Esos besos desaparecidos. Dejaron en mí su memoria exagerada. Tu boca. Mi nada. Tus besos. Mis labios. Bienaventurados gemidos ahogados. Qué voy a hacer sin ti en este ahogo sin casi vida, barco ruinoso, palabras hundidas.
Tardes insaciables y tardes cerradas. Y tardes. Y ojos y tardes. Trabajo de imágenes. Pasa una orilla. Urge el blancor. Fabuloso movimiento del color. Se extienden plantas como palabras. Acuíferas. Fluyentes. Bancos de silenciosa niebla. En el fondo, flores subacuáticas. Orillas de fina arena. Mis pasos. Mis pasos.
Mientras amanece. Tú. Demasiada poca vida. Se lleva la noche el calor del cuerpo. Vuelan los sueños a un lugar desconocido. Cae el telón de la realidad y empieza el delirio. El de la vida misma. El de los pasos sin rumbo. Amanece para nada. Aunque sueño con tu vestido. Traes el amanecer de tus ojos. Tus pies frescos. Tu alma. Amanece y es hoy y es ayer. Todo fundido en el corazón en la mente. Pide la piel tus manos. A veces en silencio, a veces a gritos. Nada sospechas; nada de lo que siento. Aquí en este pecho se destrozan las palabras; se arañan con sus zarpas, se hacen marcas. Y yo con los ojos cerrados aunque abiertos, velo para que no se destroce el alma.
Ojos abiertos de la espera. Invisible futuro. Sabias visiones. Temporada contigo. Compartidos. Sufre pegajoso el aislamiento. En la sombra de tus ojos pienso. Allí, en el espejismo de tus manos, me cuidas, me quemas, me haces cataclismo. La quemadura de los cuerpos. Asaltos a nuestra historia. Se repiten como las lluvias. Alcanzando lo lejos. En el sumidero del horizonte. Pozo negro que nadie conoce.
Desaparecido. ¿Y? Todo es por una firme noche pescadora de cuerpos encadenados. Cada cual con sus pobres bolsillos donde duerme la pobreza. Una cadena y otra se enganchan con fuerza de la libertad no quiero. Y los ganchos cuelgan. Sus ojos abiertos ávidos de carne. Cientos y miles. Filtrando el futuro. Cortando las cabezas que sobresalen. Cada temporada una buena cosecha acaba en una fosa de cal, con sus ficciones rotas en la soledad del ojo. Allí entra poco a poco el negro y espeso espacio, hasta que lo invade todo. Rompe con sus mandíbulas las partes más duras pues eso es lo que allí se oye en las noches más duras que trae el tiempo.
Pescador desaparecido en alta mar alta tormenta. Firme agua a su lado. Cuerpo enganchado al agua, enredado con zigzag de tiburones. Por un instante queda la vida del otro lado del mar como un ciego amor hecho de madera y espera. Se balancea el recuerdo como la peonza del Destino entre la amplitud del mar y la fina línea de la tierra. Va y viene rozando en su curva más baja al agua. Salpica la marca hacia ambos lados del tiempo, del fuiste y serás, de la última y primera palabra, del grito en busca del primerizo aire y del aire que se va ejecutando el último indescriptible sonido. Se balancea el mar sobre la cuna del fondo de la tierra. Y ya. Y ya. Y dónde. Y dónde. Y ahora parece volar sobre las frías corrientes del mar. Se distorsiona su imagen captada por amplios y magníficos y líquidos espejos. Fue casi ayer. O no recuerdo. O ya no sé. Se hizo en la bolsa el potente vacío sin líquido ni aire, ni nada cuya circulación al cuerpo embriagaba.
Mi laberinto. Por su lado a ciegas. Por sus muros, fortuna. Por el hecho de ser, vacuo. Bulevar de otoño: así, así, se hielan los parques las aceras. Por la luz. Por las sombras en espirales. Claras y ciegas. Silenciosas y calmas. Hasta tomar lo que queda de lo perdido. Planes en los bolsillos rasgados. Marcas en la piel, la espalda. A luz vista. A ojos querida. Notas de un otoño desafinando. Ciego. Más ciego. Con ojos de mar nocturno. Cuya cabeza se va al fondo buscando. Como invento de agua. Sin orillas vacuas. Sin viento, como un invento. Como una rana sin saltos. Con dificultad enojada. Desajustes de los clavos, de las cuerdas, del llanto. Desaparecido en firmes telas como cadenas colgando. Como tela insaciable de la máscara oculta.
Espacio de amor abierto. Déjame llegar hasta tu sombra. Hasta la soledad interminable de tu cuerpo. No es culpa del desierto en el que vivimos. No es culpa. Ni del misterioso polo de la distancia. Intratable plano de su juego. No está allí iluminado el tiempo. Ni florecen las horas. Espero a que vuelva con sus ojos negros. Y el mal sabor de su mala cara desaparezca. No es ingrata desesperación inútil. ¡Hay tanto desorden en eso! Radiante y claro. ¡Tanto alfabeto de misteriosas letras! Que hacen barrancos de profundas sombras.
Cómo hacer con tu olor. Y esa mirada. Y ese andar de altos vuelos. No sé. De verdad que no sé. ¿Me callo? Te cuento? O muero en el intento. No sé. No sé. Y si esto es volar. Y si es el brillo que nos envuelve. De tus hombros los espejos. Y ya han pasado las horas y ya es noche. Cuántas lámparas nos asombran. Ellos, cada cual en su espacio. Tintineando, pregonando. Aquí te tengo como un relámpago abierto. Luces a jade, a del cuerpo memoria. Dejas caer las palabras como anhelos, así, como si nada, y atrevida como estática. Pero ya sé tu truco de poker donde tengo que mirar como de frente y reojo para poder alcanzarte, y aún así te escapas como callada y sombra, como si nada.