Mientras hablo con tus manos, como si estuviera leyendo, me estaba esperando tu boca. Frotas en el fondo a mi piel. He encontrado para tu nombre un forma de llamarlo. Cogí para tu vestido colores mojados con el frío de la noche. Ya sabes que me encantan tus labios, con o sin palabras. Ya sabes que esperábamos las noches como fresas que maduran bajo nuestros ojos. Pero aún desconoces como florece en mi corazón futuros para ti inesperados.
La sombra infiel deshonesta. Las manos del que hace reír. Su quehacer. Sus insomnios. Mientras gasta su boca ocultando las palabras. Manoseando al qué dirán. Mimando el olvido de mentes ajenas. Como si estuviera leyendo en las fétidas aguas de sus almas. En sus libros, nunca abiertos, se pudren las palabras; las letras se degradan, pierden, desgastándose poco a poco, el sentido. Ya nada vale si no se confunde el valor con la moneda.
Eso mismo estábamos pensando. Visto y no visto tu sonrisa. Como si estuviésemos alerta. Sin sombra. En la razón sin sombra. Alertas. Fuertes y alertas. Convencidos. Atrevidos. Fanáticos. ¿Quién nos podía escribir? Así, dichos, descritos, subrayados. ¿Cómo íbamos a escapar a la fuerza de la letra, a su basura, al triturado? Ya casi éramos papel carbono, fuerte negatividad de la ceniza. Y si nos hacíamos boca para tragar el pasado, acabábamos siendo negra mina con explosivos gases después de una terrible tormenta.
Próximo verano, talvez. Sea la hora de salir de esa sombra que nos apaga. No responde. No responde al camino. Tal vez cansado. Colocado con el infierno de la desesperación. Es su estado fuerte. Es su guerra. Es hacernos mártires por la fuerza de la razón. Allí, los pies quemados. Allí, todo el mundo se arrepiente; pero ya es tarde, demasiado tarde. Parecen sonrisas forzadas, quemadas, hondas y tristes. Corazón de letras carbonizadas, mantenidas alertas de sufrimiento.
De ese movimiento. Tu piel. Delgado deseo que se filtra. Aroma de hambre. Sí, silencio. Sí, cuidado malicioso. Otro tiempo; su cadencia. Una pared lejana. Lluvia todavía. Y si se hace destino o invierno. Sin duda sería como para pensarlo. Ya nadie se arrepiente. Todo se ha desgastado. Ya nadie recoge al amor en sus brazos. Tal vez sea invierno. Ese invierno de los pies quemados.
Alabo tu voz, nido lejano. Dos voces blancas. Dos noches de sauces. Flor de la caricia, momento. Relámpago e instante. Viento. No veíamos los ojos empujados por el desatino. No veíamos la piel bajo nuestras manos, delgados movimientos desconocidos. El silencio, el silencio, nos invadía el silencio, por más que nos miráramos. Delgados recuerdos que arrastran aromas, deseos, cuidados, malicioso tiempo.
Estalló en mil sombras. Sagradas. Tiempo vestido de algo. Rareza, incomprensible rareza. Dulce mezcla de nada. Había voces como gritos, plantas, manos, manos marchitas, plantas que crecen despacio. Un jardín. Un jardín verde, lento, raíces transparentes, ciegas en la oscuridad de la tierra.
Con esos besos densos que me amabas. Manos de alma. Flor de oficio. Crecían las horas como lirios cantores. Extras; de notas extras, blancas como el jugo de los ojos. Jugaban a labios entrelazados, sonrientes como colinas. Capturábamos sedientos la lluvia, amaneceres. Largos días dulces con sus rarezas. Sagrados, inconscientes, tumultuosos como las horas.
Vienes siempre con tus cabellos mordientes de victorias. Se derretían hasta los blancos de los ojos. Chorreaba por la espalda la lentitud y el temblor de tu piel; así, como un profundo deseo silencioso y terrible que brotaba también de tus apacibles manos. Recorrías el cuerpo como el que tiene maravilla bajo los ojos. Silencioso ciclón que otro mundo despertaba. Te miraba con seriedad verde noche, con retenidas palabras que acarician con larga sutilidad. Es la primera vez que miro con terror el tiempo pasar.
Para ti. Con error. Para ti te tengo. Porque a veces me fui con desesperanza. Para ti. Para mí. Hablarte de oscuros sueños. Recoge ahora tu pelo, hermosos cabellos a la mirada. Ya viene el sopor con el veneno de las avispas. Movían sus muslos ante nuevos viajes, ebrios locos de la victoria. Mordiente borrachera de tu perfume y olor, lento como tu piel aventurera.
Fecunda fruta tu fiesta. Sola y desnuda. Despampanante. Planta planeta de los extremos. No fue fácil para ti salir a la vida. Crecer. Tomar apariencia, de realidad apariencia, sobre todas las cosas. Necesitabas maneras, buenas maneras, confusión ausente, limpia de error oscuro de la maledicencia. Fue necesario tiempo, mucho tiempo, tanto tiempo como necesita el crecer desde las sombras.
Teníamos en los cuentos personalidad. Nos conocimos en la sombra de un verano mientras un rumor a flores surgía entre los campos. Cuerpos de amor a agua salada, fecundos como las mariposas en la multitud maravillosa de sus colores. Desnudas campanas rociaban sonrisas sobre los pétalos. La luz se paraba sobre las blancas fachadas. Se abrían los postigos de madera de las ventanas. Tomaban calor las redondas piedras de las calles. En su bullicio, ladraban los perros a la luz de la vida.
Con este amor errante todo corazón toma la noche mirándome, me quema, como quema la noche la estrella. Silencio, silencio, poblado silencio, lleva lejos la sordera. Pequeños trozos de equinoccio encuentran en tus labios melancolía, un viaje sin aire, momentos colgantes sobre ríos de profunda arena. Vino luego la sombra del eclipse, fecunda y mordaz, a fecundar la matriz de la vida.
Y los sueños te hacen vivir. Era antes un crepúsculo, una decadencia gigante, una perfecta avalancha de blancas palabras. No temas amor, no temas. Ya se fueron las amenazas, errantes huesos herejes.
A partir de tu pecho salen de gemidos como mar; se comen la quietud donde estaba. Dan vueltas entre tinieblas, a veces rotas, espesas a veces. Fuimos nativos alucinantes del reino de las sensaciones de aquellas largas noches. Era guarida tu fortaleza; tu boca un despliegue; tu sabor, magia. Empujaba el amor como los ciclos prehistóricos.
Y esperas. Te espero. Como dulzura tersa. Era hora de esperar. Extasiada hora de la ruptura del silencio. En tu piel estalla. Te beso. Me besas. En la explosión del pecho. Quietud. Llamada. Dando vueltas tiemblas. En el gemido de los pedazos. En el ser de las vueltas. Allí donde el amor comía en las tinieblas.