Amor a ti como milagro
Donde la soledad se hunde en el tupido enjambre del alma
miércoles, diciembre 26, 2018
Construido e oculto. Ocupado en darle voz a tu mundo. Por ti temblando, abierta como un verano mientras pasa el suave tiempo para darle tu voz donde la soledad se hunde en el tupido enjambre del alma de las sombras, mientras me aguardaba tu encanto como los brazos flotantes de los nenúfares de la tierra.
Con sangre y alegría el hombre. Me juntaste. Me reuniste. Me centraste. Como ninguna, hermosa hiciste de mí hoja verde, y luz y floreciente. Adivina mandrágora, del agua escultora. En el temblor construido cuando el verano traspasa las sombras y parece el crepúsculo un invento.
Qué impaciencia te deslumbra cuando asoma la vida. No hay hermoso consuelo, ni el brillo de sus dedos, ni noche fina. Va la sangre demasiado espesa haciendo contrafuego. Va el hambre desfigurando el rostro mostrando sus huesos. Ya ha sufrido la piedra todas las tempestades. Ya escribe sobre su árido rostro las cicatrices del habla. Ya se diluye torrente abajo en fina tierra buscando el fértil aluvión donde germina la vida.
Vamos como la inmovilidad de las hojas. Lluvia luminosa. Y después, después. Vivos, amor, lluvia desordenada. Suaves, suaves, muy suaves. La hoja, recién lavada, impaciencia. Y se va la espuma, y se va. Con su impaciencia encendida y cierta.
Y que corras por la calle. Yendo al puerto. Olor a mar callado. Balanceo del vértigo. Vestido de agua. Son las casas de la orilla fachadas de húmeda sal. Donde se reúnen los perros al ladrar. Vivos rabos mueven las rígidas parras sujetadas por sus largos dedos a azules paredes marineras. Entre ellas hablan de amores viajeros marinos de velas locas y blancas.
Eras un remedio para el concierto de la vida, ligero e infinito como el alma de los planetas, agujeros negros de radiante encanto conservando toda la luz para el futuro. Espacio, rico espacio, velocidad y movimiento, maravilla cuántica creando infinitos. Eras inmortales sendas, ramos de estrellas en los brazos de Dios, tomos de polvo espléndido polvo, eterno yendo hacia los confines, balanceadoras tablas de puertas firmes insaciablemente abiertas ante otros mundos.
Habíamos de hablar primero como esponjas que absorben. Sin pensar en el bochorno de la crítica. En su siniestro. En su laberinto de hojas muertas. Se perdían allí aquellos que recuerdan, entrelazadas sus gargantas a amorosas suposiciones. Vuelven ahora al retorno del tiempo. Aquel tiempo de guante, por dentro suave, por fuera impermeable. Ya era historia aquello que se escribe. Absurda esclavitud, para salir del paso de la fe ciega. Absoluta identidad inamovible, espacio del Uno con sus grandes vuelos.
Contagiosa luz que ocultabas bajo una sutil indiferencia. Ahogada tu frialdad, ahogadla. Difícil silencio en el que vivía. Goteaba como hambriento, rabioso y voraz como una decepción amarga. No, no podía vivir sin tu boca de nata. No. Tal vez crees que solo soy un espejo, de amor tal vez, sin alma sin cuerpo. No soy noche escurridiza, entrelazado misterio. No soy laberinto de las horas, su tortura, sin esperanza, salida aquella que me mantiene dentro.
Presentes disculpas a la vida, decía la mente cerrada, con gritos en los ojos, lágrimas de avena, grandullón ahogado en la pena. No le quedaban ojos para mirar, ni corazón que adivina, ni sentimientos de desprecio que lentamente gotean. Tiene ya la tristeza contagiosa, la frialdad decepcionada, la pena gorda, el corazón de nada. Viene el día y adivina. Adivina la tontería dramática, de la estupidez las luces y sombras. Oye, tú ¡cómo lloras! ¡cómo te atreves! cuando sale la rosada luz del día para ti alegre.
Constante. Crece. Crece constante aquella creencia que te tengo. Sin duda, demente. Potencia del tiempo irreverente. Desafiante, y yo, luchando. Sin clemencia, luchando, roto y valiente, de amor hecho perspicacia. Resistencia, resistente. Y crecen, los suspiros crecen. Los árboles crecen. Sus ramas, hojas, flor. Con cara de noche. Labios de tentación. Borrando las mentiras, los bloqueos de los secretos, los cerrados gritos, agrupados bajo la luz indiscreta. Cerrada a los ojos, sin movimiento. Inexistente, sin movimiento. Oscura luz ahogada bajo mis sentimientos.
Pon tus lágrimas en la nieve. Su perfume como marcas. Plantemos grietas en las rocas. Colguemos las visiones. Abandonemos la tristeza. Tomemos el canto de nuestras manos. Necesario espacio de la vida. Vivamos de reflejos que cuelgan de los árboles. Dejemos las noches perdidas, las canciones tristes, la demencia, la deuda. Tomemos los irresistibles suspiros que dan vida a nuestra boca.
Nombre de sal. Nombre de arena y manos. Y vendas de ojos. Y remoto pedestal. Torcido remolque del sacrificio. Piedra angular del equilibrio. Imprevisible. Diente del blanco cielo. Había entre tu blusa un precipicio. Un libro, una censura. Un escrito maniático enamorado de una flor distraída. Un falda boca abajo. Un silencio sin cabeza. Interior e ineludible. Una sombra de agua. Un reloj sacudido. Sufría este la emoción de tus palabras. Con visiones de vieja radio malvada. Ondas cortas incansables. Que tambaleaban los oídos semidespiertos.
Como del naranjo nace la hoja de la hoja, nazco en ti. Verde planta. Verde campo. Verde. A nuestros pies, verde hierba. En nuestras manos, sabor verde. Blanca margarita, tallo verde. En su mundo de pequeñas piedras. En su tierra oscura o negra. Allí te sitúo siempre, en mi origen. Árbol verde de rosado melocotón. Melocotonero. Fruta. Roja granada y áspera. Corre allí el agua bajo el manzano. Su suave acidez vuela en el aire. Ya sabes que no es un lugar remoto. Es la blanda tierra donde se hundían nuestros pies.