Y nos despertamos con los párpados insolentes a modo de clave. Tú mirabas, a veces, la cerradura del tiempo como un voyeur anticipado. Vivíamos entre paredes fuertes que no concluyeron la vida. Eran las metáforas a veces terrestres; a veces, agua; a veces, máscara de la letra. Sufrimos por aquel entonces la fragilidad de los sueños, cosechas malditas sembradas en los corazones. Entrábamos sobre el filo de la elegancia a cada espasmo dilatante de la letra. Entre almohadas de sueños caían cascadas de lluvia. Recorríamos todos los acuíferos, campo a través, cargadas la botas de húmeda tierra.
Esta noche imperfecta se divierte con tus mentiras, usa alas de seda como palabras para envolverme en la oscuridad de la germinación. Nuestros sueños se miente con cara descarada. Nuestro callado absurdo produce sinsentidos en la mirada. Sufren nuestras gargantas con palabras quemadas. Sufren los párpados con lentitud pesada. Ya despertaba con el fuego del sudor, cama ardiendo de desesperanza. Miraba tu boca ausente, sediento de larga noche. Trataba a la perversa vida con el despotismo del desesperado.
Ya no recuerdo el ruido del dolor en su inmovilidad infinita. Ya no soporto la noche. Y a pesar de todo, algo queda. Quedan las últimas palabras que nunca se dijeron. Como si volvieran las sombras con todos los secretos del silencio. Desfallecen ya mis manos. Se rompieron nuestros cuerpos en esa noche imperfecta. Quedaron los aullidos de la mentira.
Y de pronto la escucha del soporte de la noche. Se ensucia el olvido, amor, perdido en nuestras manos. Perdidos tus labios en las tinieblas, ahora con sus bocas desmedidas. Te amo de dolor, te amo; como mi secreto silencio, recorrido tantas veces en las sombras. Y me desfalleces como un ultraje entre los brazos.
Si nos íbamos a encontrar en el grito de la bestia, en el tránsito del dolor, en los embriones del recuerdo, fue porque el amor duele, hace ruido y duele como el abrirse la boca de la existencia. Recuerdo el abrir de tu amor, tu piel ofrecida, el grito de tu entrega, el placer en su opulencia. Quema este murmullo del pasado como una piedra ardiendo quemada. Relucen tus pies. Soporto la noche; en cuyo fin borro el olvido.
Recordábamos el dolor como un ruido. Ya borrados de la existencia, tal vez, embriones del recuerdo. Se abre el dolor y pesa. Se abre el amor en tu piel ofrecida, como un grito de entrega de la Bestia. Y en cada inmóvil placer, nos quemábamos la lengua.