Algunos de mis libros dicen que te pareces sólo en la forma al fruto del ciprés; pero tú atraes la sangre roja a tu vientre seco.
Te entrego mis últimos besos antes de la partida. Luego sellaré los labios; los enterraré bajo la arena y espero que ningún desafortunado ni en mil años los encuentre.
Detestabas las mentiras que él tantas veces te contó. Detestabas al que inventó el engaño. Te hizo la primera promesa de felicidad; la creíste eterna y te confiaste. Él lo derrumbaba todo con un gesto de la mano, con una mentira o con un testarudo silencio.
Gran océano ¿ya olvidaste los manantiales de donde procedes? Ellos te miran con amor desde lo alto de las montañas. Sueñan con los vientos que te traen de nuevo a casa. Gran océano, niño rebelde. Por las noches entre las piedras te escapas; juegas, de día, con tus peces de colores, a ser el mar, hasta que el sol te atrapa, te castiga y te devuelve sobre los árboles. Gran océano ¿no te ves gota? ¿No te ves disperso en la punta de las hojas? ¿No ves como caes casi sin peso, ligero como el agua minúscula, fría y solitaria de la mañana? Ya se que sueñas con ser mar. Ya se que miras a la tierra con desprecio. Ya se que ruges con tu boca de gota como cuando eres oleaje.
Buzz
vi sobre las tranquilas aguas de una charca las alas transparentes de un coleóptero
lunes, enero 31, 2011
Sabes que vi sobre las tranquilas aguas de una charca las alas transparentes de un coleóptero. El tiempo se había llevado su cuerpo.
Horas enteras y nocturnas seguías hablando de aquel lugar dónde pensabas ir. Presentías que allí serías feliz. En aquel lugar no había laberinto, ni calles sobre calles, ni noches oscuras pues los edificios no ocultaban la luna.
Puedo encontrarte en cada región; pues sé que en ellas estuviste. Puedo encontrar los pasos que dejaste. Los lugareños me hablan de ti y me indican el camino por dónde te fuiste.
Vas, corres, vuelas y llegas muy alto. Ahora retornas a mí como tierra tranquila; reposas como hierba fina, con risueñas nubes altivas, con leve brisa y a los vientos aborreces.
Te llamé en vano. Yacías pálida sobre la cama con expresión reposada, con un adiós último en los labios.
Aún recuerdo como ese mar funesto se llevó tu nombre.
He construido para ti el movimiento de las olas, el pasar del viento y el nido sobre los árboles.
He construido para ti las vías del tren, el espacio del cielo y alguna borrasca.
He construido para ti un mundo de palabras, unos libros completos y los árboles de la tierra.
He construido para ti una casa para que la habites, una ciudad para que tengas compañía, puentes sobre las orillas para que pases al otro lado.
Tú, eres tú la que haces bello el universo; y soy yo el que lo enturbio.
Eres tan grande y abundante que no cabes en mí toda entera. Te toco, te miro, te saboreo por partes; te vuelvo a tocar y te miro, me desencajo sobre ti y en mí quedas.
Ya habíamos dejado atrás tiempos antiguos cuando nos reencontramos como una vez nueva, como algo recién estrenado.
Tantos labios soñados y no encontraba los tuyos.
Tantas imágenes de amor pasan por mi cabeza que la tuya, tan real, pasó desapercibida. Tantos sueños de aire y no me rozó el que tú movías.
Así pues tú me enseñaste el peligro de amar, de volar alto, el arte de volar mirándote siempre fijo a los ojos.
Así fui sorprendido por la extrañeza de amarte con pasión desconocida. De tanta vista ciega; de tanta visión ciega en las cosas de este mundo. Había pasado varías veces a tu lado en aquel bar sin ver lo que tus ojos portaban. No estaba escondido; es que no me paré a mirar.
Eché entre mis hermanos los dados del destino y me tocó el mar. Desde entonces nos miramos los tres desde las orillas. Yo veo las sombras cuando la tierra es alta; pero no veo la del cielo, puesto que el cielo no tiene sombra. Mi sombra la ve el abismo; pero no la ve la tierra ni el cielo lo sabe.
Te hablaré de ese mar que todo lo devora y lo devuelve hecho ausencia entre los granos de arena.
Dicen del amor: Dicen que naciste ciego pero que ardes, que te pierdes en el deseo de ser eterno, y que, a veces, te rompes, por descuido, en un instante.
Amor doloroso: Cuando te desgarra, te arranca los nervios del dolor, te seca y raja los labios, cuando pone los ojos rojos de llanto y de emoción.
Ahora recuerdo aquellos días cuando tú y yo comíamos cerezas. Las cogíamos por los rabitos, de dos en dos, y, después de mojarlas en el vaso de agua, salían brillantes, más rojas que antes y más sabrosas.
Y atacando esta bestia que es la lengua, crujen los dientes y salta en pedazos el bello esmalte. He visto sus dientes por dentro: son tiernos y con sus fibras tratan a las palabras como la pata de la madre roza a su pequeño elefante recién nacido.
Al agua que sirve para lavar las manos, para mojar el cabello y para humedecer los labios; a esa agua canto.
Sólo cuando el ancla es arrancada del fondo marino las velas pueden volar en la dirección del viento.
Derivar, obedecer al viento, dejarse llevar por las olas conocedoras de caminos.
Se llama, en algunos condados antiguos, abeja a la mujer que produce pequeñas dosis de miel en los poros de su piel cuando está enamorada.
Construyeron una gran torre para rodear la herejía. Desapareció del cielo de aquel valle donde habían llegado tras haber atravesado el mar.
Dícese de un árbol cuyas raíces son rojas y el tronco color ceniza. Dicen que absorbe las sangre derramada desde el principio de los tiempos.
De vez en cuando tenías la agradable costumbre de retirarme los besos para provocar hambre de labios, de besos, de aliento, de cercanía.
Punto del abismo: dícese de una parte del corazón llamada punto del abismo.
Caída libre: Dícese de la caída libre de las estrellas al fondo del mar allí donde el ojo ve el horizonte.
Cuando por las noches suenan los cuartos en la campanilla del barco, pronuncio tu nombre y veo el agua pasar; cuento cuantas quedan para que tú me oigas llegar.
El aparte: Dícese de lo que hago cuando le hablo al espejo de lo que siento por ti; es decir, amor, mis tormentos de amor, mis soliloquios de amor desvariado, mis delicias privadas que te dedico cuando no estás.
A descubierto por la erosión de tu amor torrencial: dícese del amor erosionado, áspero en la superficie pero que resiste a las inclemencias del tiempo y otras causas.
Quiero sostener la Justicia como el que sostiene una paloma mansa con la mano.
Quiero dar la vuelta a la Tierra para encontrarte. Quiero que nos encontremos en los polos. Quiero verte entre el frío y la nieve.
Súbito amor: Dícese cuando el amor te abraza la garganta, te deja sin palabras y sólo quiere que hables de él.
Amor medieval: Dícese del amor cortés. Suele ir acompañado con una Dama en la torre cautiva y un joven trovador que la ama desde la distancia. Con ese amor imposible compongo mis canciones.
Quiero que mis oídos no oigan el odio ni el rugir de las guerras. Quiero conservar la inocencia. Quiero preservar limpia la sonrisa.
En este amor de tierra fértil donde hemos plantado nuestras manos enlazadas. De este amor recibiremos los frutos.
Es extraño encontrar un lugar siniestro al borde mismo de una carretera; pero esa casa estaba allí, abierta a las miradas; sin pudor, mostraba orgullosa las vidas retorcidas que la habitaban. Pisé suavemente el acelerador para no aumentar el miedo que, súbito, sentí en el pecho.
Abdico de mi libertad, de la posesión de los bienes y de mi cuerpo. Abdico del aire que me corresponde y del agua que no beberé; pero jamás de tu amor.
Cuando el amor deja una herida sobre la piel hay que sajarla con cuidado para que salga ese amor blanco que la inflama.
Con incisiones de amor abro el acceso a tu piel y caigo dentro como una lámina moldeada bajo el dominio de tus formas.
De esos estremecimientos que dejan al amor sin fuerza.
Languidez: Dícese cuando el tiempo se para delante de las puertas.
Dícese de la esperanza por venir cuando ya no hay tiempo.
De esos días donde queda el silencio de las campanas sin torre.
El oleaje retumba sobre las lápidas del cementerio marino. Echa la mar de menos al que cantó a las olas cuyo nombre han olvidado.
Desata los nudos que tiene mi cuerpo amarrado. Desátalo y dame esa vida de humano que merezco. Desátame, ámame y enséñame lo que es el amor.
Buzz
Las termitas del tiempo corren por el filo de los libros de hojas caducas
lunes, enero 24, 2011
Las termitas del tiempo suelen comerse los libros empezando por el filo por donde no pasan los dedos: dícese de las hojas caducas de los libros.
Dejaste tus cartas sobre tu escritorio; aquellas cartas que pensabas enviarme cada semana cuando ya estuvieras lejos.
En el bosque, jugabas buscando los árboles que habían crecido alineados. Luego, descubriste que los árboles también hacen paredes; descubriste formas de habitaciones, escaleras de troncos tumbados, pasillos, e incluso las puertas cerradas de las ramas bajas. Buscabas por el suelo la fuente de agua. Entre unas rocas brotaba un chorrito débil.
Sobre los grandes pinos, hordas de pájaros ciegos gritan golpeando sus alas contra el vientre negro.
Todas las aves de montaña no mueren en los barrancos. Vi nidos de plumas muertas en los huecos de las piedras.
Dime desafortunada ¿qué hace el amor en el campo de batalla? ¿Buscas acaso tu amor caído? Has encontrado su cuerpo entre las armas; ya no te mira con ojos amorosos, ni sus manos te tocan con pasión; ya sus labios no buscan tus besos ni dicen las palabras esperadas. Has cogido su cabeza entre tus brazos abandonados, muda, la boca contraída; y las mejillas temblorosas se rebelan contra el silencioso torrente de pena.
Te escucho con intenso placer; y veo en tu mirada maravilla y el amor sin esfuerzo.
Nadie puede olvidar esa imagen de la maleta de pie en la puerta.
Quiero que no me duelan las palabras. Quiero que las bocas sirvan para amar. Quiero conocer el corazón de los hombres.
Quiero ser ciudadano de ninguna parte y de todas. Quiero que mi mano sirva para dar la mano. Quiero cantar con los que cantan y llorar las penas.
Quiero ser el puerto que añora la otra orilla. Quiero amar el vacío que nos separa. Quiero ser agua para estar contigo.
Quiero ser la brizna de hierba de ese que cantaba la belleza de todas las cosas humanas y terrestres. Quiero que mi cuerpo verde alimente a los hombres. Quiero volver a renacer sobre campos enemigos de la vida para dar color a las piedras y servir de alimento.
Al principio fuiste el olor del aliento de la madre; luego fuiste sus ojos en lo difuso de las sombras; al final fuiste sus confusas palabras.
Hay palabras violentas que me hacen boquetes, rompen y desgarran mi afán de entendimiento entre los seres humanos.
Cuando el amor destruye deja ese vacío de la Nada; bello y casi sublime.
Cuando beso tu boca sabe a palabras de amor y me sorprendo.
Tengo miedo mi amor de ese momento cuando el espejo abre sus mandíbulas dentadas sobre tu belleza; de ese momento cuando sus garras rodean tus manos. Vuelves tu mirada aterrorizada hacia la habitación; la ves alejarse por el embudo de cristal hasta que sólo queda un punto lejano de realidad.
Estuvimos mirando como respira la Tierra bajo la panza del mar. Y tú suspirabas.
Creen los girasoles que miran al sol porque les da calor; no saben que son estrellas enraizadas en la tierra.
Te hablaré de esa flor del engaño, de la belleza sedosa del pétalo. Te hablaré del aguijón que recorre su tallo.
De esa guerra entre las espinas y las mandíbulas; de esas flores que se defienden a dentelladas.
De ese tiempo parado en mi puerta que no llama para entrar ni me deja salir.
De ese vértigo del amor y de su inocencia. De ese vértigo que siento en mí. De ese vértigo sin caída.
Hoy he visto caballos nebulosos empujando a los búfalos hacia el final de las tierras que dan al mar.
Al principio, fuimos tirados sobre playas y acantilados; de estos últimos proceden las aves y los que quieren volar.
Es el mar lo que queda de nuestro amor perdido.
Disuelves el sol y la sombra: tiemblan los rayos de luz al verte pasar.
La oscuridad de la nube es más negra que cualquier noche.
Algunos encuentran un talismán en tu piel y en mis ojos la pasión.
Allí, en ese mar donde los barcos pierden el hierro y la superficie; allí naufragó sobre una plancha de la quilla; allí se cumplió la profecía temida.
Tengo las islas mirando la costa; veo sus árboles y palmeras; veo el agua que nos separa pasar. Y en mi corazón se hace el otoño cuando allí es primavera.
Dicen que las aves no conocen el sabor de los escalones.
Mi ciudad tiene un puerto que da a la mar; serena y larga cuando amanece, oscura y tortuosa cuando anochece.
Van por el desierto las palabras formando dunas variables, creando montañas con árboles donde antes reinaba la arena; van las palabras regando las norias secas y dejan pozos desbordantes. Ya han crecido palmeras y un oasis largo como el valle bordea las altas cordilleras que separaban los continentes.
De esa seda enrollada que da vida, te he hecho un incorruptible vestido rojo, unos zapatos ligeros y unos guantes para tus dedos.
Me amabas en sentido figurado. Yo te amo a la letra: en cada palabra que nombro estás tú callada, cada idea del mundo te contiene, todas las canciones hablan de ti, en cada árbol veo tu belleza.
Somete el silencio del amor.
La noche prepara lo invisible, lo repliega detrás de las sombras y lo duerme en silencio.
Y si hablamos de esta vida probablemente hipotética que tu belleza desmiente. ¿Acaso no existes? ¿Acaso nuestros cuerpos no se encuentran? ¿Acaso el sabor es una ilusión del amor? ¿Acaso tu presencia no sea más que una visión y no eres más que una ilusión pura?
Conozco a una mujer que es única y es todas: porque amándote amo a la mujer, porque en cada una veo algo de ti, porque todos los besos que di los he recogido para restituirlos en tu boca.
Con pequeños granos de arena puedo hacerte un desierto o playas para tu piel.
Restituyo lo oculto de tus ojos en esa piel clara.
Sabes que las pieles templadas se atraen y se unen mejor. Sabes que tus manos te frotan con la fuerza de la atracción de mi piel templada. ¡Que te voy a decir de la gravedad de los cuerpos!
¿Por qué las nubes creen en la fertilidad de la tierra? Esas nubes siempre vigilantes, fecundas y plenas. De esas nubes te hablo mi amor cuando tienes pena.
¿Está el agua de los mares acaso encerrada? ¿O soy, humano, menos libre que el océano? ¿O el agua es el cielo que quiere escapar?
Has alegrado el futuro que reposa en mí, has puesto en marcha el mañana, olvidaré pues el pasado sin ti.
Vivo de ese reposo entristecido de tus labios, de esos labios cerrados y callados, de esa culminación que nos cierra al mundo, de ese estallido sin pasado.
Y si la retiras como agua salada esperaré las mareas de la noche sobre nuestra playa.
Con mis manos abro las sombras que cubren tu rostro; doy luz a tus pupilas, agua oculta a tus labios.
De esos besos separados por la discordia. De esa guerra de las palabras. De esa lejanía aún estando tu boca tan cerca de mi boca.
¿Por qué decrece la luna? ¿Por qué cierras tus ojos al atardecer sin sueño? ¿Crees que no veo tu cara vuelta hacia la ventana por las tardes?
De ese vino de fermento que saboreas con el filo rojo de tus labios, tengo el sabor en los míos aún embriagados.
De ese humor tuyo que descongela mi tristeza, de esas risas de lo pequeño, de tus dientes blancos me acuerdo.
De la isla del río, de su pico saliente, de las gaviotas naufragadas: esas que no conocen los días oceánicos.
El sol furioso ha secado el mar y me ha dejado cordilleras de sal en los abismos.
Que el trueno luminoso caiga de la nube sobre mis pasos si el fulgurante amor que siento se pierde.
Del tiempo que no termina de caer por las gárgolas. Del tiempo que resbala sobre los tejados de tejas rojas y verdes.
Del gran aburrimiento sobre las orillas del río, de todos tus puentes dorados y verdes, de sus habitantes parados y serios que ven pasar las aguas y el viento por sus bocas abiertas.
De la boca abierta de las ranas, de sus dedos deformes separados, de los bultos de su piel, de sus ojos asustados me acuerdo.
Un amigo mío decía que toda astucia venía por los caminos del mensajero: por ese el error de los viajeros, por el que desfiguraba las huellas y por el náufrago de las costas. ¡Y yo que lo creía víctima de vientos, monstruos y sirenas!
De esa salud riachuelo, de ese hilo dudoso de agua, de la sombra del arbusto que lo hacia desaparecer, de eso tengo recuerdo.
Buzz
De esa doble cara de luna me acuerdo Tengo una visión lejana pero segura
domingo, enero 16, 2011
De esa doble cara de luna me acuerdo. ¿Quién me dijo que el sol no conoce su cara oscura? De esa luz tamizada de los cráteres tengo una visión lejana pero segura.
De ese Eternidad peleada con el tiempo. De ese intruso que no deja respiro. Como eterna te recuerdo; a ti mi amor temporal de muerte segura.
De esas estrellas muertas que busco en el firmamento. De esas masas frías que vagan sin fuerza. De esas hermanas mías que busco y no encuentro.
Sé que está amaneciendo porque tú lo dices y porque siento un calor nuevo sobre las mejillas y la frente que desde ayer no sentía.
De mis ojos fuera de sí quiero hablarte. De la sombra dentro de los globos. De que ahí nunca siento dolor sino pena.
Cuando el amor se junta con la lejanía, uno duerme mientras el otro solloza por la ausencia.
De esa pesadez del aire. De esa atmósfera que siente el pecho. De ese fardo que dobla las rodillas.
Dicen que los tiempos de la tierra nacen de las aguas antiguas que ocupaban todo. De esa visión infinita del oleaje nacen mis sueños de barcos.
De las calles como ríos de puentes desconocidos. Del trotar de las piedras. Del deseo de aquel pájaro sobre nuestros tejados.
De la luz de la calle nocturna. De la farola mediadora. De su bombilla algún día oscura.
De un sollozo entrecortado en tus noches de castigo. De la húmeda almohada. De sus abrazos insuficientes. De tus brazos me acuerdo.
De la insoportable separación, del ancho de nuestra calle, de las aceras como fronteras, de las cancelas y las puertas cerradas; de eso me acuerdo.
Salimos del caos de un loco amor de algunas horas de reloj, de cientos de coches rebotados sobre los cristales de la ventana, del semáforo rojo y verde de la esquina de tu calle, de cientos de pasos y murmullos, del crujir de las escaleras y del sol cayendo.
De esa tapia que saltabas para verla, de esos pinchos de las matas, de esos aullidos de los perros, de eso me acuerdo.
De esos muros que callan las traiciones. De esos muros que sin querer separan. De esos ladrillos que cortan el suelo.
De ese vegetal de cueva oscura, profunda y silenciosa. De esas hojas cortas pegadas al mineral. De esa brisa externa ahogada. De esa penumbra que te alimenta.
Te prometo que si vuelvo del campo de batalla y aún sigo vivo, enterraré en la tierra lo que quede y lo regaremos con las lágrimas retenidas.
Tienes aires de sueños incumplidos, ojos de esperanza, labios agrietados y manos lentas.
Dime algo de esos desiertos sin palabras. De esos desiertos que ya nadie oye. De esas dunas que esconden la mirada.
De esos desiertos sonámbulos caminantes de dunas y valles. Se retiraron los desiertos a la ausencia; perdieron la palabra.
Penumbra impenetrable, sólo puedo hablarte. No me dejas amarte, penumbra negra y ciega.
Saca a los inmortales de esta caja seca llena de ácaros. Límpiale las palabras y las legañas. Dale de beber que están sedientos de ojos y oídos lejanos.
Te pido que pases mis hojas para que las oree el viento; quiero sentir como antaño crujir mis ramas.
De esos muebles quejumbrosos. De la madera lisa y con vetas. Del barniz reseco. De las estanterías cuadradas y huecas.
Cómo dices que no hay sol en tu calle, que no llega la luz a tu ventana. ¿Has olvidado que vives encerrada?
De la sorpresa de un niño. El cuello extendido hacia el cielo. De esa sombra inmensa que lo cubre todo. De ese terror antiguo. De ese sol que se escapa.
De esas eclipses repetidas. De esas falsas noches. De ese sol sombrío. De esa ciega mirada.
Tiene el árbol en el carbón la vida extinguida y sueños verdes plenos de añoranzas. Busca sus raíces para agarrarse al suelo quemado. Así crujen las ascuas retorciéndose entre las cenizas.
De árboles van los cantos. De gritos hacia el suelo. Huele a hambre el aire. Crujen las garras y las fauces babean.
Acabaste entre ranas desesperadas allí donde el puente cae sobre sus anchos pies de piedra romana.
De ese amor que hizo de la ceniza fría fuego. De esas caricias pacientes sobre piel desengañada.
Te besaré hasta que entiendas esos besos de amor loco prisioneros.
Esa mañana, amaneció la cría fría y lánguida entre los brazos de su madre extrañada. La boca abierta, el pezón retirado, y un aire de inocencia.
En el terror de los árboles, sueñan los ojos con el amanecer sobre las ramas. Sueñan con beber agua temprana sobre las hojas grandes y huecas.
No calla la selva de noche; no calla ni quiere.
De esos cantos nocturnos para ahuyentar las fieras y los leones. De esas sabanas extensas donde el búfalo duerme.
De esos efluvios de las marismas planas. De tu niebla temprana, de tu niebla tardía.
De esa tarde entera inquebrantable hice pequeñas partes para el amor fluido y de la que quedó hice la noche.
De esas planicies de trigo donde acaban los ríos. De ese granero romano tan alejado.
De esa resistencia del viento contra el barco bajo aquel puente. De esa extensión solitaria donde el mar acaba.
De ese crepúsculo roto. De esos ojos nuevos. De esos vientos sobre el Ponto. De ese Oriente al agua cercano.
Buzz
Divides el agua de la botella como el té, el sake y el tiempo de las notas
jueves, enero 13, 2011
Divides el agua de la botella como en ritual se divide el té y el sake. Y recuerdo las cuerdas con largas pausas entre las notas.
De ese elixir que tu amor contiene bebo a raudales en pequeños sorbos de miedo que se gaste y mis labios queden secos sin eternidad.
De ese buscar en tus pozos, la suerte, el futuro y la nostalgia.
De ese aroma del café solitario. De ese amargor en la lengua. De ese negro despertar por la mañana.
Se escapó la palabra en el laberinto. Allí recogió los aciertos que los recovecos esconden. No encontró monstruo alguno; mas tropezó con el vacío. Salió defraudada sin saber qué contar del desvarío de las esquinas. Ni quiso más decir, envuelta en miedo.
Quedaste sorprendida cuando comprobaste que tus espejos habían perdido la memoria.
De ese que no oye los gritos de los niños hambrientos sin fuerza en la boca.
De ese ser desprendido, uniforme y concentrado. De ese que me contiene, me exaspera y me arrebata.
De esos cristales cortados verticales. De ese sol aplastado sobre su superficie.
De ese color del ambiente, ancho y difuso. De esos puntos sobre la pared que no dicen nada.
De ese aire retenido por las horas largas. De esos vapores de mesa y silla calladas.
De esas ensoñaciones en habitaciones cerradas. De esa calma pesada que toca la espalda.
De esas habitaciones que cuando llega la noche no tienen ventanas que den al aire. De esos silencios con ruidos nocturnos. De esas horas sin luz cuando tu duermes y yo sollozo.
La luna hacía un claro entre las piedras. Por él pasaron el muchacho y su hermana. Se dirigieron hacia la puerta abierta. Entraron y dejaron la noche fuera.
Llegó ese fuego domesticado sin hacerte ningún mal. Te lamieron las llamas como lenguas de animal amigo.
Tus preguntas iban dirigidas a esos espejos ambulantes: transeúntes ávidos de tu imagen.
El viento retorna tu amor huido y desengañado. Suelto las alas del molino de viento. Salgo al campo y te miro sorprendido.
Me abren la puerta las tres hermanas cada una más bella que la otra. Y lloraban, con un pañuelo negro en la mano, del sufrimiento infligido.
De noche, en el fondo del abismo negro, el hambre remueve tempestades.
No hay belleza más grande que la que deslumbra tus ojos.
Tú a la sensatez la llamas indiferencia.
Buzz
El derviche, los siete pelos blancos de gato, el hechizo de amor de la princesa y el embrujo de las paredes
martes, enero 11, 2011
¿Cómo consigues, derviche, con siete pelos blancos de gato, quitar el hechizo de amor de la princesa y no puedes nada contra el embrujo de las paredes?
Huyen las estrellas dispersadas. Cuando llega el sol, desaparece el misterio de la noche.
Hallaron en la pirámide joyas de metal y piedras, huesos e incluso vendas de fina tela; pero no encontraron al faraón. Él se reía de sus caras de sorpresa sentado en un valle de Orión.
Tu belleza morirá cuando esos ojos dejen de mirarte.
Cuando te vayas me quedaré con tu nombre. En aquel lugar pondré un nombre de mujer desconocido.
Todas la primaveras, ellas corrían hacia la tumba de su amiga; hacían círculo y cortaban sus cabellos. Lloraban por su juventud fallecida, por los amores infértiles, por la desgraciada muerte; por esa muerte que había caído sobre su cuerpo impúber.
Te faltan los labios para hablarme de amor; cayeron en pedazos por las promesas incumplidas.
Esa amante de boca muda, a la que cada mañana, le pido palabras imposibles, transformó mis piernas en mármol inmóvil.
Esos cuatro colores son los habitantes del estanque donde te miras. Traen fortuna envuelta en enigma.
Hiciste con tu viento un campo desierto de estas tierras. Traes la miseria con desenfado. No partirás hasta que griten los guijarros.
Se olvidaron esas risas que tuvimos y quedaron nuestras penas sedientas de sufrimiento. ¡Qué fuerza tiene el dolor que no lo apaga el frío del tiempo!
Un canto odioso vino del acantilado, seductor y armonioso, para aquel náufrago de la vida y del tiempo.
Has provocado mi pérdida al precipitarme en tu cuerpo sin orilla y dejarme vagar por él sin límites de caricias.
No puedo cantar los tormentos de la ausencia ni con las finas cuerdas del laúd ni a canto limpio. No puedo atormentarla con golpes de látigo ni con gritos retenidos. Los tres sabrán por qué me baten en ceremonioso ritual para luego secar las lágrimas del dolor.
Porque escribes con el alfiler de tu lengua tus palabras en el blanco de mis ojos, veo tus palabras y no las oigo.
¿Hasta cuándo mirarás el silencio? Si no te va a responder ni con palabra ni con señal ¿por qué mantienes fija en él la mirada?
La palabra es el amo que nos seduce y engaña sobre el transcurrir del tiempo.
Pero ya veo el día, mi amada, y es hora de partir. Dame las manos para que no las acerques a tus ojos. Deja que vaya con tu felicidad; deja que haga el camino con ese recuerdo. No quiero ver tus manos ocultando tu cara.
La piedra que tira el niño se convierte en roca para el grano de tierra.
Tienes el don de palabras secretas y el don de callarlas.
Tú, esa que no tiene nombre, pasas por la calle indiferente al que te mira. ¿Cuántas veces quise saber de ti? Inventé tu vida para uso privado. Te adoré con esas cualidades que llevas en tu frente: ni orgullosa, ni simple.
Yo sólo quiero oír como canta el canario en tu patio e imaginar que estás ahí en el balcón de al lado.
No sé cómo hacer para que esa mano sin dedos de mi boca no tope con mis dientes cuando pretendo besarte.
Él no sabía que iba a morir antes de ver florecer los almendros. Le llevé cada primavera una rama rosa al cementerio. La clavaba en el suelo con esperanza de raíces.
¿Por qué tiras al fuego, entre los troncos medio quemados, la esperanza que dejé en tus manos? ¿No ves que no verás florecer los almendros la próxima primavera? Te dejé ese don como compañera. ¿O es que prefieres recorrer el trayecto con manos frías y sin lágrimas?
De ese dolor inmóvil; o de ese dolor agitado. De esas parálisis mudas; o de esos brazos que se agitan sin sentido. De ese sufrimiento callado; o de los gritos sin destino. De eso está hecho el dolor.
No sé cuando quedé petrificado por el asombro o por tu mirada de muerte. El tiempo entiende que me quedaré aquí, en este lugar donde el que entra no tiene salida, con él viendo lucir sus ojos. Aquellos que vinieron a vencerla quedaron, con poses desafiantes, de pie a mi lado. En este lugar donde el movimiento es luz; en este lugar donde las palabras no se oyen. Aquí donde los reflejos son mortales.
¿Acaso los oídos han desaparecido? ¿No oyen como grito? ¿Desapareció la compasión? ¿O a nadie le interesa los gritos que vienen del fondo de la Tierra?
No seas indiferente a mi miseria, mujer.
Como esos abrazos de las palabras de amor.
Ignoro cómo acabé durmiendo en tus brazos convertido en inmortal.
Entre tus besos florece mi deseo.
La última noche no te despertaste para avisarme de la llegada del amanecer.
Tengo aún, en el camino de mis labios, restos maravillosos de tus largos besos.
Atravesaban cada una de las noches traicioneras el día continuo hasta que la última pidió la palabra ficticia para restablecer el ciclo. Así fue como las noches olvidaron la muerte y la ciudad salió del pánico.
Encerrada desde la niñez en ese cuarto oscuro fuiste hija de las sombras, muda por desobediencia, y de piel sin sol.
No habría pan floreciente con olor a trigo sobre las mesas si las lluvias seguían negándose a venir por el cielo y a caer, torrenciales y urgentes, sobre nuestra tierra.
Maga de mis sueños provoca ese hechizo que me transporta a tus brazos donde quiero dormir siempre.
Sé que no te olvidaré jamás; pero permíteme que ahora pase a otro recuerdo.
Mujer de poderosos ojos, dime qué tengo que hacer para merecer tu amor libre. Pues ya te amo con locura y no he conseguido ver ese tierno brillo que espero.
Tú y yo hemos construido un templo abierto, con altas columnas, al amor en nuestra isla sin puerto.
Se abandonó el tiempo a la deriva harto de la eternidad.
Voy a enseñar al amor mis canciones para que él te las cante.
Cuentan las lenguas que hubo un tiempo en el poblado donde un pájaro se posaba sobre la cabeza de las jóvenes.
Hay heridas que claman baños de tierra, manos que amansan, y la tierna paciencia del que hoy te ama.
¿Por qué respondes a mi amor con llanto? Supongo que será de alegría. Ya sé que nunca fuiste amada.
De pronto ha vuelto por un día la primavera sobre los campos que tengo delante; se ha llevado las flores escondidas que había olvidado.
Los corazones enamorados se ríen del aguijón de la avispa.
Las penas no se pueden ahogar en el mar pues son aves de la oscuridad.
Vigilante de las puertas por donde no puedo pasar hacia la ciudad sitiada nueve años, nueve meses, nueve días; y la última noche arde desde el interior con madera nueva y de engaño: promesas de pactos incumplidos. ¿No te ibas hacia el mar y tierra adentro después? ¿No retornabas a los lugares de la ausencia? ¿No te esperaban con las manos vacías? Y vuelves con el saqueo pegado a la avaricia.
No compares tus desolaciones con las que tiene el mar; sino pregúntale a sus habitantes y al marinero.
He visto desesperaciones escaparse por el mar con amagos de nunca más volver.
Ven, siéntate aquí a mi lado y aleja de mí las inquietudes.
A ese que iba al patio del castillo todas las noches, cuando le quitaron el espectro, ya no supo a dónde ir.
Las hojas te esconden y la brisa te descubre. Desde hoy cultivaré la amistad del aire para verte siempre.
Las tierras se pelean con el mar y con el viento por antiguas rencillas.
Tus labios ya saben a vendimia temprana, a hojas moradas, a bodegas silenciosas, a la paciencia del fermento.
Ya no me importan las derrotas; tú las has borrado todas de mi exigua memoria.
Se caen las alas en el otoño de las aves. Ellas las ven volar por el cielo solitarias.
Me enamoro de esos momentos en que te veo soñando.
Vuelas sobre mis labios; te posas sobre sus filamentos; introduces tu fina boca buscando alimento; me miras, sonríes y te vas con alas de enamorada.
Te amo como la estación que cuida sus frutos: lento, con paciencia fértil, y la fe de verte salir de la tierra.
Abre astro tus puertas que me he perdido buscándola por las noches de fiestas y no quiero perder el único amor que me consuela.
Hay bocas que son precipicios ansiosos de caídas.
¿Por qué el amor se regodea en tus labios y llama a los míos con desesperación?
Las aves sí que entienden de tempestades.
Cuando veo tus pies creo que andan hacia mi como buscándome. Será porque bailan juntos unos sobre otros. Nos encanta esta forma de bailar.
Creo que el amor huele mejor en ti que en las flores.
Dicen que las violetas expresan tu amor mejor que ninguna otra flor.
¡Ah! Los cabellos perfumados con tu olor natural; ese olor inconfundible tuyo.
Besos entrelazados en espirales que retornan al principio de nuestros labios.
Dicen que los astros traen las estaciones hasta tu puerta porque tienen predilección por ti.
Tenías un perro como compañero que estaba siempre sentado esperando en tu puerta. Me miraba celoso como diciendo: No te la llevarás de aquí aunque la enamores.
Se me ha gastado la herradura por un lado; espero que me la cambien pues desde hace unos días troto con cierta dificultad.
Eres mi recompensa divina después de tantos años de búsqueda.
Perdí la vida por voluntad propia entregándola a ti.
Se rompió tu tacón en la rejilla de la acera. Cojeamos hasta que en la puerta de tu casa te quitaste los zapatos.
¡Qué curva tan perfecta hacen hoy tus cejas sobre tus ojos negros!
He bailado contigo entre formas, perfumes y risas, caras de alegría y alguna añoranza.
Nos hemos encontrado en esa bulla de alegría nueva donde todo es querer. Hemos prometido, esta noche, amor para siempre. Pero no llega el alba. La música suena ya como apagada. Los pies líquidos se arrastran por el suelo y bailan. De vez en cuando miras hacía la ventana; aún no se avecina el resplandor.
Cierro los ojos, alzo la copa y pienso en el deseo de amarte así para siempre. Después he notado cómo mi corazón ha hecho un conjuro mágico.
Hoy es el primer día para ti y para mí de este año entero.